Matthew Radalj llevaba una vida normal pero, luego de un incidente que parecía insignificante, fue detenido.
Tras ello, lo trasladaron a una prisión, donde pasaría cinco años en condiciones infrahumanas.
Logró sobrevivir y contó su experiencia, por primera vez, a la BBC. A continuación, la reconstrucción de su historia y sus dichos.
Una detención insólita y una falsa confesión
Aunque es natural de Australia, Matthew Radalj vivió en la capital de China, Pekín. Allí, según contó, fue detenido injustamente por entablar una pelea con los empleados de un local de electrónica, tras reclamar que el precio por el arreglo de su celular no era el acordado.
Después de eso, el 2 de enero de 2020, lo llevaron a una comisaría, donde lo trataron extremadamente mal. “Me golpearon durante dos días seguidos. No había dormido, comido ni bebido agua durante 48 horas y luego me obligaron a firmar una gran pila de documentos”, afirmó.

Entre esos papeles que rubricó, recuerda, había una confesión falsa de robo, que lo convencieron de suscribir tras decirle que tratar de probar su inocencia era inútil y que ese documento reduciría el tiempo de su encarcelamiento.
Finalmente, fue trasladado a un centro de detención, donde lo sometieron a una “fase de transición” más brutal. Allí, los prisioneros debían seguir reglas excesivamente duras y soportar condiciones inhumanas.
Radalj recuerda que tenía prohibido ducharse y que los baños, que estaban muy sucios, solo podían ser utilizados en horarios específicos.
La prisión “normal” y el sistema de puntos
Luego de unos meses, Matthew Radalj fue trasladado a la Prisión número 2 de Pekín, considerada una cárcel común.
Sin embargo, en dicho lugar pasaría los peores años de su vida, ya que las condiciones del lugar eran tan deplorables como las de centro de detención.
La prisión estaba destinada a extranjeros, por lo que Radalj compartió su vivencia con prisioneros africanos y pakistaníes, principalmente, pero también con afganos, británicos, latinos, norcoreanos y taiwaneses. Estos presos vivían abarrotados en pocas celdas, en las que jamás se apagaba la luz.

Además, la institución contemplaba un “sistema de puntaje“. Se trataba de la posibilidad de que los prisioneros acumulen puntos de acuerdo a su comportamiento. Por mes, el máximo al que se podía aspirar era 100, y con 4200 puntos los reclusos obtenían una reducción en su condena.
Pero según el australiano, el régimen estaba hecho para torturar psicológicamente a los detenidos. Cuando alguno alcanzaba un puntaje cercano al necesario para reducir la condena, las autoridades siempre encontraban algún comportamiento por el cual reducírselo.
Estas insólitas sanciones incluían compartir comida con otros prisioneros, desviarse de una línea pintada en el suelo al caminar o pararse demasiado cerca de la ventana.
Una pelea por comida, la causa de su confinamiento
Debido a que a la mayoría de los prisioneros no les importaba competir por los puntos, pues sabían que les serían arrebatados, los oficiales implementaban castigos adicionales. Uno de ellos era el recorte y la pésima condición de la comida.
Exreclusos han contado que consistía repollo en agua sucia, que a veces, cuando tenían suerte, incluía trozos de carne y zanahorias.
Ellos tenían la posibilidad de complementar el plato con una porción extra que podían comprar con el dinero de sus “cuentas”, si es que sus familiares le habían transferido.
Pero incluso este “privilegio” podía serles arrebatado. Radalj contó que le impidieron hacer compras adicionales porque se negó a trabajar en la fábrica de la prisión.

Justamente por una pelea para conseguir comida, el australiano fue enviado a confinamiento solitario durante 194 días.
Durante su periodo en esta celda de aislamiento, donde estuvo por un año y medio, vivió con las luces apagadas y su ración de comida se redujo a la mitad. Según recuerda, se volvió loco, al punto de que hablaba y se reía sólo.
Las memorias y su vida en libertad
Mientras transitaba la terrible experiencia, Matthew Radalj escribió un diario secreto en la parte de atrás de los barbijos que se usaban contra el Covid.
Cuando algunos reclusos se enteraron de que él planeaba sacar sus notas de contrabando, le pasaron sus datos para que se pusiera en contacto con sus familias.
“Tenía entre 60 y 70 personas esperando que pudiera contactar a sus seres queridos después de salir”, dijo Radalj.

El 5 de octubre de 2024, cuando estaba a punto de quedar en libertad, le dieron la ropa que le habían confiscado el día de su detención.
Ante ello, aprovecho un agujero que tenía en su campera para dejar caer rápidamente los escritos dentro, antes de que un guardia pudiera verlo.
Sin embargo, Radalj cree que alguien le contó a los oficiales de la prisión sobre su plan, ya que éstos, antes de que se fuera, registraron su habitación.
Pero no lograron encontrar sus notas y lo dejaron ir. Ya en el avión, el australiano metió la mano en el interior de su prenda y pudo comprobar que las anotaciones estaban consigo.

Matthew Radalj voló de vuelta hacia su país. En el aeropuerto de Perth lo esperaba su padre, quién, al verlo llegar, rompió en llanto y le dio un abrazo.
Con el paso del tiempo, pudo reconstruir su vida. Se casó con su novia de la adolescencia y se dedica a vender velas. No obstante, continúa muy molesto por lo vivido y, como una forma de paliar con ello, está tratando de contactar a los familiares de los reclusos, ya que algunos de estos hace años que no hablan con sus parientes.
“Con la libertad viene un gran sentido de gratitud. Tienes un mayor aprecio por las cosas más simples de la vida. Pero también tengo un gran sentido de responsabilidad hacia las personas que dejé atrás en prisión”, resumió el protagonista.