Ántoni Gutiérrez-Rubí llegó el lunes por la mañana a la sede del Gobierno porteño en Parque Patricios a paso cansino, con la mochila colgada al hombro y sus característicos anteojos con cristales en círculo. Es un hombre moderado, con conocimientos en filosofía y cine, simpático y de bajo perfil. Da gusto tomar un té con él, acompañado por bombones, en alguno de los hoteles más lujosos de la Ciudad, por donde se mueve sin que nadie sepa quién es. Ese mismo impacto agradable les causa a quienes lo contratan y lo ven en acción: lo primero que pide es una pizarra gigante para escribir frente a ellos sus estrategias electorales y la conducta de los nuevos votantes, siempre a mano alzada, como si le hiciera honor a su pasado de dibujante. Pero hay algo que no cierra: lleva tres elecciones dirigiendo los destinos de campañas de dirigentes tan disímiles como Cristina Kirchner, Sergio Massa y, ahora, Jorge Macri con resultados inapelables. Tres jugadas, tres perdidas.
Es cierto que frente a un desastre en las urnas tan inesperado y pronunciado como el que experimentó el PRO hace una semana -ni antes ni después de ser Gobierno Mauricio Macri sufrió un traspié de esta naturaleza- sería injusto responsabilizar únicamente al estratega catalán. Una mezcla de motivos se superponen y van desde las críticas a la gestión hasta el desgaste del PRO después de 18 años de administració, pasando por la determinación de haber desdoblado y anticipado la contienda.
Pero, como en el fútbol, el lunes, cuando lo vieron llegar a las oficinas de la calle Uspallata, las miradas del círculo íntimo del jefe de Gobierno se dirigieron hacia Gutiérrez-Rubí “Ese debió ser el primer cambio y ni siquiera estamos seguros de que lo hayan echado”, dice uno de los integrantes del Gabinete.
La falta de reacción de Jorge Macri y su afirmación de que no habrá cambios de ministros es hoy el principal tema de debate en el Gobierno porteño. Son pocos, de todos modos, los que se animan a plantear sin rodeos lo que realmente piensan delante de la plana mayor del Ejecutivo local. “Los quiero escuchar”, les dijo Macri en una de las reuniones de esta semana. Varios funcionarios prefirieron moverse en las sombras. Le advirtieron, al alcalde o a sus principales colaboradores, que estaban dispuestos a presentar la renuncia en pos de fomentar un golpe de timón. La primera respuesta fue: de acá no se va nadie.
“Siga, siga, como si nada hubiera ocurrido”, castigan por lo bajo varios macristas de la primera hora. Además de apuntar contra el catalán, muchos hicieron eje en otras dos personas. Una: César “Tuta” Torres, el secretario de Atención Ciudadana, quien permanece pegado a Macri desde 2011, cuando asumió la intendencia de Vicente López; según buena parte del Gabinete-, Torres “se peleó con todos los comuneros”. Dos: Gabriel Sánchez Zinny, el jefe de Gabinete, que llegó a ese lugar dinamitando la silla de su predecesor, Néstor Grindetti, e invocando la figura más poderosa, la de Mauricio Macri. “Quería el puesto desde el primer día, pero no está a la altura. Pensemos que ese era el lugar que Horacio ocupaba con Mauricio”, afirman quienes integran el espacio desde 2003.
Uno de los cuestionamientos más recurrentes es que, a diferencia de lo que pasaba en la era Macri (Mauricio) y, en menor medida, en los períodos de Horacio Rodríguez Larreta, ahora no hay ministros que puedan ser identificados fácilmente por los vecinos cuando caminan los barrios. La pérdida de cercanía es lo último que hubiera resignado el macrismo en sus tiempos de apogeo.
El 15,91% de los votos que obtuvo Silvia Lospennato -la mitad de los del libertario Manuel Adorni- desnudó la falta de popularidad de la administración. Lo mismo que la decisión del 46,7% del padrón de no asistir a votar, acaso como forma de protesta hacia la política en general. Fue la participación más baja de la historia. Quienes conocen los laberintos de la Ciudad reconocen, al menos, dos deudas. La falta de limpieza en las calles (el ahora famoso “olor a pis”) y la tasa de delitos. “Entre los contenedores dados vueltas y los motochorros que les roban los celulares a niños y mujeres mayores nos arrebataron el distrito”, elucubran hoy en el Gabinete porteño. La bronca no es solo por la derrota. Perder era una posibilidad; perder así, no. Al PRO lo despojaron de sus votantes en circuitos que parecían intocables como Recoleta, Palermo y Belgrano.
Quienes promueven cambios urgentes afirman que, al no gobernar la Nación ni la Provincia -como sí ocurrió con Macri presidente-, el PRO dispone de cuadros importantes que están desperdiciados y que deberían incorporarse pronto, al menos si el PRO todavía piensa en retener el territorio en 2027. El nombre de María Eugenia Vidal es el que más suena. ¿Será la próxima jefa de Gabinete? ¿Se convertirá Mauricio Macri, a su regreso de España y Arabia Saudita, en quien digite algunas modificaciones?
La ex gobernadora ya le dijo que no a Macri cuando el jefe del PRO le propuso que encabezara la lista de legisladores. ¿Se negaría de nuevo a un pedido del ex presidente? Vidal también emergía como la candidata natural para liderar la lista de senadores en octubre. Su apellido estaba escrito hasta el domingo, en especial cuando desde Balcarce 50 dejaron correr que podrían anotar en la competencia a una de sus espadas más fuertes y enemiga del macrismo en la actualidad: Patricia Bullrich.

Claro que el resultado podría disparar nuevos cimbronazos. ¿Cómo enfrentará el PRO a La Libertad Avanza? ¿Tolerará, de nuevo, caer ante el kirchnerismo? Si los porteños repitieran la conducta del fin de semana pasado, el partido estaría en serios problemas. En CABA se pondrán en juego tres senadurías nacionales: dos se las llevará el que gane la elección y, una, el que salga segundo. Por eso ya hay algunos macristas que deslizan que, si avanza el acuerdo en la provincia de Buenos Aires, no habría que descartar una coalición en CABA. Hoy parece difícil, pero la conjetura está.
Javier Milei y Mauricio Macri, después de meses de peleas y de no diálogo, volvieron a escribirse. No fue un diálogo espectacular ni con promesas de amor, como algunos transmitieron. Desde Madrid -donde asistió a un homenaje a Mario Vargas Llosa- Macri lo felicitó por la victoria de Adorni y el Presidente, sorprendido, le agradeció efusivamente. No quedaron en verse ni en retomar el diálogo formal.
El shock de los Macri por la derrota es proporcional a la euforia que se respira en la Casa Rosada. Milei da por hecho el acuerdo con el macrismo para enfrentar a Cristina Kirchner y Axel Kicillof. Lo sustenta en sus frecuentes diálogos con Diego Santilli, Cristian Ritondo y Guillermo Montenegro. Aunque se habría producido un cambio en la estrategia: ya no querrían que los intendentes o los diputados amarillos salten a las filas violetas. La opción uno es que adhieran a la lista del oficialismo y que, eventualmente, puedan integrar las boletas.
Esto es, no promocionarían más saltos orgánicos, como ocurrió, por ejemplo, con el intendente de Tres de Febrero, Diego Valenzuela. Hay algo de relato en la cuestión: cualquier semejanza con lo que los libertarios consideran la vieja política los espanta. Muchos, además, miran al Massa de 2013 y al Rodríguez Larreta de 2021: ganaron las elecciones de medio término y, después de dedicar dos años a sumar intendentes y dirigentes en beneficio de su carrera presidencial, se quedaron sin nada en 2015 y 2023.

Mientras disfruta del éxito electoral, el Gobierno impulsa medidas de alto impacto mediático. Algunas que involucran a millones de argentinos, como el “blanqueo” de dólares, que -entre otras iniciativas- eliminará controles para la compra de autos y propiedades con billetes norteamericanos que no estaban en el sistema financiero. Y otras que abarcan a los periodistas, uno de los blancos que el oficialismo tiene previsto profundizar. Los acreditados en la Casa Rosada se verán reducidos por la nueva reglamentación. Pasarían de 87 profesionales a 25. Los cronistas serán obligados a vestirse de determinada manera y a cumplir una serie de requisitos para poder seguir haciendo su trabajo; entre ellos, algunos que son ajenos a su voluntad, como la precarización laboral.
Impacto y apropiación de la agenda. Eso busca el Gobierno frente a cada medida que toma. Generar una grieta, como si ya no la hubiera, en la sociedad. Eclipsar la conversación pública. Desconcertar a opositores y detractores. Enfrentarlos y atacarlos. Ir siempre por más. Con buenos y malos modos. Con o sin razón. A todo o nada. Así juega Milei.
Nada indica, ni aun en la ruidosa victoria, que tenga en sus planes cambiar algo de todo lo que lo ha traído hasta aquí.