su hijo Michael dirigió con solvencia al West-Eastern Divan Ensemble



El West-Eastern Divan Ensemble, bajo la dirección de Michael Barenboim, abrió la temporada de Grandes Intérpretes del Teatro Colón con un programa centrado en las tensiones y matices del clasicismo tardío.

A partir del contraste entre el Cuarteto para cuerdas n.º 11 de Beethoven y el Octeto D. 803 de Schubert, el ensamble exploró dos modos profundamente distintos de concebir la forma, el discurso y el tiempo musical. En la cercanía temporal y geográfica entre ambos compositores, el programa propuso un juego de espejos que no buscó hacer pie en las similitudes estilísticas, sino jugar con las diferencias esenciales: lo íntimo frente a lo enfático, lo fragmentario frente a lo narrativo, delineando así dos universos imprescindibles.

Michael Barenboim asumió la doble tarea de primer violín y director, tal como tantas veces lo ha hecho su padre desde el piano. Con gestos sobrios y oportunos, y una dirección clara desde la mirada, condujo al ensamble a lo largo de todo el programa.

Michael está construyendo su trayectoria apoyado, inevitablemente, en los hombros de un gigante, y eso es innegable. También lo es que posee las condiciones necesarias para continuar y complementar la labor de su padre, tanto desde el atril como desde el violín, al frente del proyecto West-Eastern Divan.

El Ensamble abrió con el Cuarteto de Beethoven, una obra breve -sobre todo en relación con la segunda parte del programa-, pero de escritura densa y compleja. En los primeros movimientos, el grupo sonó como cuatro intérpretes técnicamente solventes, aunque aún sin una articulación ni respiración compartidas. Recién a partir del tercer movimiento la interpretación alcanzó cohesión expresiva, consolidando una sonoridad conjunta que se mantuvo hasta el final.

En el segundo movimiento, el enfoque más individual contribuyó a destacar con claridad el pasaje de escritura imitativa, bien articulado en sus entradas. A lo largo de toda la obra se destacó especialmente el violonchelista, Izak Nuri, con una sonoridad sólida y bien definida tanto en su función de sostén como en los momentos más expuestos.

El Octeto en fa mayor D. 803 de Schubert, con su forma extensa y su carácter expansivo, ofreció al ensamble un espacio propicio para desplegar sus mayores cualidades. Allí, la capacidad para alternar entre un sonido más sinfónico, de gran proyección, y otro más íntimo, propio de la música de cámara, fue una de las fortalezas más claras.

En una obra repleta de melodías memorables, el grupo demostró control sobre la arquitectura del discurso, con una construcción dramática sostenida. El clarinetista, Aleksander Gurfinkel. tuvo un rol central en esta tarea: su manejo de las dinámicas, el fraseo y el carácter aportó sentido y continuidad a lo largo de toda la obra. También sobresalieron el contrabajo y el violonchelo, especialmente en los pasajes compartidos.

El cuarto movimiento resultó uno de los puntos más disfrutables: la escritura contrapuntística fue resuelta con claridad, los planos sonoros se delinearon con inteligencia y la articulación de las voces generó una textura precisa y expresiva. El movimiento final se destacó por su fuerza, por el empuje colectivo y por una energía que, sin perder control, sostuvo con intensidad el cierre para dar pie a la ovación general.

Poner la atención en el otro, aceptar la diversidad, legitimar las diferencias, escuchar con sensibilidad, sostener el diálogo, tender puentes, integrar perspectivas, nombrar sin excluir, aunar desde la música. El ensamble encontró en el Octeto de Schubert un vehículo ideal para expresar musicalmente los fundamentos que mueven su existencia.

West-Eastern Divan Ensemble

Ciclo: Grandes Intérpretes Músicos: Michael Barenboim (dirección y violín). Miembros del West-Eastern Divan Ensemble Programa: Ludwig van Beethoven, Cuarteto para cuerdas n.º 11 en fa menor, op. 95. Franz Schubert, Octeto en fa mayor, D. 803 Teatro: Colón, 2 de junio.



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