Si no hubiera confiado en Franco, no podría haberlo dejado ir a los 14 años


-Sí, papá, yo me quedo.

Franco Colapinto todavía no era el piloto de Fórmula 1 que ahora enloquece a los argentinos; ni siquiera había acelerado un karting cuando una tarde de verano en San André de Giles, su padre, Aníbal, le hizo esa pregunta. La propuesta era pasar una semana en el taller mecánico del preparador de motores José Garavano y ese nene que luego se convertiría en el primer piloto argentino en la elite después de 23 años no dudó en aceptarla, pese a que implicaba estar a 60 kilómetros de la casa familiar en Pilar.

En esas vacaciones inolvidables, lavaba piezas con el mismo entusiasmo de quien se sube a un auto de carreras. “Cuando su mamá, Andrea, fue a buscarlo, te imaginás lo que encontró… Todo lleno de grasa, aceite, con un olor a nafta. Así arrancó, bien de abajo”, recuerda 15 años después su papá, el hombre del cual heredó la pasión.

Aníbal Colapinto (62) corrió desde chiquito y por muchos años en moto. Luego, trabajó en un taller mecánico en Bahía Blanca; pronto, se subió al auto y llegó a competir en la categoría Turismo Nacional, una de las más importantes del país. Cuando se bajó, compró con otros socios el equipo JC Competición, la escudería más antigua del TC, fundada por Julio Nicieza en los 60 (aunque con el nombre Supertap).

Culpa mía: le transmití a Franco la locura esta, la pasión. Le tendría que haber dado una raqueta de tenis, no un cuatriciclo. Hubiera sufrido mucho menos”, dice, aunque no se lamenta porque compartir la pasión con un hijo “es hermoso” como también “ver a tu hijo cumplir su sueño”. “Que también son los sueños de uno, ¿no?” , reafirma quien también es papá de Antonella (41) y Martina (19).

Aníbal nombra el cuatriciclo porque esa fue la forma en la que introdujo a Franco en el automovilismo. “Vivíamos cerca de Capilla del Señor y a los 4 años le llevé de regalo su primer cuatri, un 50 centímetros cúbicos; cuando cumplió los 5 se lo cambié por uno de 100 cc; y a los 7 años, para fin de año, aparezco ahí con una locura, casi nos echan a los dos de casa, un Yamaha 350 Raptor, que Franco no llegaba ni a los cambios. Bueno, y ahí empezó. Yo ya tenía el equipo de competición en TC, iba a todas las carreras y a veces iban Franco, Andrea y Martina y nos quedábamos en el motorhome. Franco era el primero en levantarse, en estar con los mecánicos, con los ingenieros”, dice y parece que retratara al Franco adulto y no a ese nene de 7 años.

Aníbal Colapinto, el papá de la criatura.Aníbal Colapinto, el papá de la criatura.

El siguiente paso, entonces, decantó por sí solo: llevarlo con otros pilotos amigos a andar en karting por primera vez. Nunca más se bajó. Primero, solo iba a practicar a los kartódromos, como el de Zárate al que vuelve cada vez que puede, siempre acompañado por sus padres o Lucas Benamo, el piloto que se convirtió en su coach. Luego, empezó a competir a nivel nacional y, ocasionalmente, internacional. Y, más temprano que tarde, Aníbal supo que esos viajes esporádicos se convertirían en una residencia permanente de su único hijo varón lejos de casa.

“Franco estaba corriendo en karting, había ganado varios campeonatos. Y un día se va a correr a Estados Unidos. Tendría 12 años. Ya habíamos ido a hacer dos o tres carreras a Europa. Y ahí es cuando lo ve el dueño de una fábrica de chasis de karting de Europa (NdR: Giancarlo Tinini de CRG). A los días me llama el representante de esa marca acá en Argentina y me dice: ‘Che, quieren que Franco se vaya a correr allá’”, relata. La primera reacción, rememora, fue la de preguntarse cómo va a ir a correr allá si las fábricas solo contratan al piloto en la categoría profesional. La siguiente fue reconocer que no podía quedarse junto a él. “Quiere que vaya, va a tener un año de experiencia, aprendiendo. Le da un departamento, le da todo…”, recibió como respuesta de su interlocutor. Y, cuando se lo consultó a su hijo, la aceptación fue inmediata: “Sí, sí, yo me voy”.

Aunque fueron juntos a Italia, el único pasaje de ida y vuelta era el suyo. Fue entonces, en la despedida, cuando a Aníbal le “empezó a caer la ficha”. “Todos decían que estaba medio loco para dejarlo solo. De tener todo servido acá, Franco se fue a vivir solo, comprarse las cosas, cocinarse, lavarse la ropa, hablar italiano, que no sabía ni decir ciao. Entonces, le dije: ‘Si querés nos volvemos. No vas a ser ni más ni menos hombre por volver. Dentro de dos años vas a tener 16 y te juro que te vuelvo a traer’. Y me dice: ‘No, papá, yo sé que la vamos a pasar muy mal, que los primeros meses va a ser muy difícil. Pero si en algún momento tengo la posibilidad de llegar a las puertas de la Fórmula 1 es en Europa. Si no estoy acá, nunca voy a llegar, va a ser mucho más difícil. Si vos me bancás, yo me quedo’. ‘Yo te banco con mi vida, hijo’, le respondí. Nos abrazamos, lloramos un rato largo y, bueh, lo dejé”, suelta dejando un suspiro.

“Uno sufre, desde ya -aclara-. Pero siempre estuve muy seguro de mis tres hijos. O sea, a mí mis hijos me pueden criticar cualquier cosa, ¿no? Pero si hay algo que ninguno de los tres me puede criticar es que desde chicos le di la libertad suficiente y los apoyé en todo lo que los podía apoyar para que hagan lo que realmente quieren, pero también porque confío en ellos. Si no confiaría en ellos, sería imposible. Si yo no confiaba de Franco, no lo podría haber dejado solo a los 14 años. Si no confiaba en Antonella, que es mi hija mayor, no la hubiese dejado irse a vivir diez años a México. Martina no se fue cuando hacía patín artístico. Le ofrecí hacer lo mismo que su hermano, aunque yo hubiese sufrido más”.

Una selfie para Aníbal y un adolescente Franco Colapinto.Una selfie para Aníbal y un adolescente Franco Colapinto.

A la hora de definirse como papá, Aníbal busca las palabras hasta que las encuentra: “Soy liberal, soy protector, soy un enamorado de mis tres hijos. Por las únicas personas, y por ahí soy egoísta, que doy la vida y que si le van a pegar un bazucazo me pongo adelante para que me pegue a mí primero es por mis tres hijos”. Y agrega: “¿Qué siento como papá de un piloto de F1? Orgullo. Emoción. Felicidad. Nerviosismo. Es de todo un poco. Llanto. Sonrisa. Tristezas. Alegrías. De todo un poco”.

La historia que siguió a esa despedida a orillas del Lago di Garda es conocida: a finales de ese año Franco hizo una prueba en la F4 española y su familia vendió una casa para lograr el presupuesto para correr (y salir campeón) en 2019. Luego, pasó a la Fórmula Renault, escaló a la F3, a la F2 y a la F1. Ese día del debut con Williams, Aníbal, que tuvo que acostumbrarse a acompañar en la distancia, estuvo en Monza y antes de que se subiera al auto le dijo a Franco.

-Hijo, lo único que te voy a decir es te felicito porque lo lograste.

“No soy de esos padres del karting que piensan que su hijo es la reencarnación de Fangio o Senna”

Aníbal Colapinto sabía que su hijo tenía el potencial y la dedicación para llegar a la Fórmula 1. Pero eligió guiarlo desde las sombras, como padre y no como coach. “No soy de esos padres del karting que piensan que su hijo es la reencarnación de Fangio o Senna. Hasta los dueños de equipo en los que corría Franco me decían ‘vos sos el único tipo que no rompe las bolas’. Yo me ponía atrás, en una curva, a mirar cómo le iba a Franco y después en la camioneta hablábamos de lo que quería. Pero si yo te contrato a vos que sos el que sabés, él que le tiene que explicar todo al pibe sos vos. Cuando se mete el padre o la madre, es lo peor. O criticar a los hijos, como en el fútbol infantil, es una locura”, compara.

Cuando su hijo se fue a Europa para continuar su carrera, también debió acostumbrarse a que ya no habría charlas en la camioneta al regresar a casa. Pero la tecnología permitió estar cerca con el celular, aunque acompañar en la distancia “no se aprende más”. “¿Yo sabés lo que sufro cuando no voy a las carreras? Bueno, cuando estoy en la carrera también sufro. Pero ahí estás. Ponele, en Las Vegas, el año pasado, el accidente fuerte que tuvo, que fue uno de los más graves por la fuerza G, por suerte estaba yo ahí, porque si no estaba… Por suerte, estaba, lo vi, salió de los médicos, estaba bien. Dijeron ‘hay que cuidarlo toda la noche porque el golpe fue muy grande, se tiene que quedar alguien a dormir con él en la habitación’ y, por suerte, uno estaba, si no hubiese sufrido mucho más, seguramente”, recuerda.

Abrazo del alma entre Franco y Aníbal Colapinto.Abrazo del alma entre Franco y Aníbal Colapinto.

Este año, todavía no fue a ninguna carrera. Iba a ir a Italia, pero un problema familiar se lo impidió, y tuvo que suspender el viaje de este fin de semana a Canadá, lo que los hubiese hecho pasar el Día del Padre juntos. “El jueves hablaba con Franco y le dije: ‘Hijo, si hace falta que esté, me sacó el primer pasaje que hay y en 14 horas estoy’. ‘No te preocupes, papá’, me respondió -contó sobre esa charla íntima-. A ver, cuando era chico sí tenías que estar, pero hoy Franco ya se maneja solo, tiene sus managers. Generalmente uno viaja cuando puede agarrar varias carreras seguidas. Y hoy por hoy no hace tanta falta que uno esté. Es lindo estar, pero como uno va y tampoco le gusta molestar. Es lindo, seguro, que esté la madre o el padre o una de las hermanas”.

Sabe que este 2025 se hizo cuesta arriba y que “el deporte motor es muy ingrato”. “Siempre comparo y se lo decía a Franco: ‘Esto no es el tenis. El tenista depende de él mismo, de la raqueta y del que tenés enfrente’. Acá depende del piloto, del auto, del mecánico, de las cubiertas, del ingeniero, del clima. De mil cosas. De la plata, de todo. Muchos años atrás, un amigo mío, cuyos hijos corrían también, me dijo: ‘De 10 carreras, tenés nueve tristezas y una alegría’. Yo se lo digo a Franco: ‘Ya lo que lograste es meritorio, es maravilloso, estás en la NBA si lo comparás con el básquet, ya está, más que esto no hay’. El paisanito de la pampa llegó“, concluye con el orgullo a flor de piel, el mismo que cuando lo veía engrasado en el taller o levantándose temprano para escuchar el rugir de los autos del TC .



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