de la nena que quería sufrir en escena a la mujer que hace reír hasta las lágrimas, y de la vida después del dolor


Hace poco más de 50 años, en el living de un departamento de Quintana y Callao, una nena “jugaba a sufrir en escena”. Ni Barbies ni peponas. Ni fantaseaba con ser maestra jardinera o azafata. Lejos de los lugares comunes -desde chiquita, se ve-, cuenta ahora que “yo soñaba con morirme en el escenario y ser la víctima. Quería hacer tragedia… y mirá, muy loco que haya terminado haciendo reír”. Palabra de Verónica Llinás, la mujer que hoy, más que otras veces, sacude una sala teatral a pura carcajada. No es magia lo que sucede con Una Navidad de mierda. Es divina comedia.

Así como El Eternauta -la serie con Ricardo Darín, basada en la historieta de Héctor Oesterheld– tuvo su punto de ebullición en el boca a boca del streaming, la obra que protagoniza y codirige la actriz se convirtió en el hit de la calle Corrientes.

Andá que te vas a morir de risa’, ‘Se van a divertir como locos’, ‘No parás de reírte ni medio segundo’, ‘Te descostillás’. Frases de este estilo se hilvanan en las recomendaciones de los que fueron por estos días al teatro Premier a ver la obra del español Markos Goikolea Unzalu. Y esas sugerencias no mienten: a lo largo de una hora y pico, cuatro personas subidas a un escenario logran que, abajo, la platea se desate el nudo de la vida. Y se ría de todo.

No hay cancelaciones para el humor esta vez. Ni espacio para el “no entendí”. La fórmula es simple, blanca, ágil y efectiva. Y entonces asoma, al menos por ese rato, la alegría colectiva. No falla: está pasando todas las noches. No es casualidad. Es talento.

"Desde un primer momento este proyecto estuvo completamente angelado, como dice (Gustavo) Yankelevich y tiene razón", confiesa Llinás. Foto Martín Bonetto

“Desde un primer momento este proyecto estuvo completamente angelado, como dice (Gustavo) Yankelevich y tiene razón”, confiesa Llinás. Foto Martín Bonetto

-¿Se esperaban este fenómeno que se repite en cada función, algo así como el festival de la risa genuina?

-Uno siempre sueña con eso, porque es lo que busca alguien que se ha dedicado tanto al humor y a la comedia.

-¿Pero se sueña con tanto? Porque esto es medio inédito.

-Sí, se ve que sí. Es algo muy fuerte, una cosa muy arrolladora… Y, la verdad, teníamos algunas dudas con Peto -Menahem, el codirector- en relación al material. Nos preguntábamos ‘¿Qué es esto que estamos haciendo, un disparate, la gente va a entrar en esto?’. Había que generar un personaje que no existía.

-Y el riesgo valió la pena porque hacía mucho que una sala no vibraba al mismo tiempo en una carcajada continua.

-Todo el mundo, pero te aseguro que todo el mundo nos dice eso: ‘Me reí como hacía muchísimo no me reía, me cambió el ánimo, lloré de la risa sin parar’. Es impresionante ese tipo de expresiones que, eso sí reconozco, no me había sucedido jamás. No es por alardear, pero sé que tengo un poder de comicidad en el escenario. Y, en general, en todo lo que he hecho la gente se ha reído bastante. Pero es cierto que esta vez se armó como un fenómeno muy fuerte que nos tiene a todos muy arriba.

Alta comedia

La obra, cuyo elenco se completa con Alejo García Pintos, Anita Gutiérrez y Tomás Fonzi -con ella forman un cuarteto implacable, de buena química cruzada-, gira en torno a un matrimonio que espera reencontrarse con su hija, Elena, que vive hace tres años en Londres y está en pareja con una irlandesa. En la casa, en plena Nochebuena -no tan buena, o tal vez sí, finalmente-, también la espera su hermano, Martín. Ella llega con Cindy, a la que nadie ve, salvo Elena. ¿La ve? ¿La vemos?

El asunto pasa de lo central de lo anecdótico, sin escalas, del chiste a la reflexión, sin por eso perder ni un pedacito de gracia.

"No es por alardear, pero sé que tengo un poder de comicidad en el escenario", se sincera la actriz, de 64 años. Foto Martín Bonetto“No es por alardear, pero sé que tengo un poder de comicidad en el escenario”, se sincera la actriz, de 64 años. Foto Martín Bonetto

-Además de la simplicidad del título, y de los engranajes clásicos de la comedia, también hay espacio para bucear en los vínculos familiares sin necesidad de virar al drama.

-Claro, para el que quiera ver más allá también está esa parte muy piola. Para el que quiera quedarse sólo con la parte reidera también funciona, porque está muy bien como comedia liviana. Pero la obra tiene de todo y, con mucho humor, aborda esta cosa de la virtualidad y de ese lugar cada vez más borroso entre lo que es real y lo que no, lo que es verdad y lo que es mentira.

-Lo que es inteligencia y lo que es artificial.

-Totalmente, todo esos límites están difusos. Y si bien en la obra se toca en joda el tema de la física cuántica, especialmente con el personaje de Ignacio (García Pintos), no es tan en joda, por ahí. Porque lo que dice es que quizás hay mundos que nosotros no podemos percibir, pero no por eso no existen.

-Te podés quedar en la capa de la comedia, pero también se abren interesantes ventanas sobre lo vincular, los secretos, el amor, lo intangible.

-Bueno, nosotros a conciencia hacemos también un poco de foco en el asunto de la virtualidad, porque en la obra original el problema de Blanca (su personaje, la madre de Elena) era el casino, no las criptomonedas. Y acá tenemos a la persona que casi nadie ve y ahora ya hasta la plata es virtual.

Ignacio (Alejo García Pintos) y Blanca (Verónica Llinás), junto a sus hijos, Martín (Tomás Fonzi) y Elena (Anita Gutiérrez.Ignacio (Alejo García Pintos) y Blanca (Verónica Llinás), junto a sus hijos, Martín (Tomás Fonzi) y Elena (Anita Gutiérrez.

En una de las últimas tardes de otoño, Llinás toma mate en su casa del oeste bonaerense, donde vive con cinco perros, de los doce que llegó a tener. Con más de 40 años de oficio -fue, entre muchas cosas que fue, una de las Gambas al ajillo, el rupturista y creativo grupo de mujeres que brilló en los ‘80-, cuenta ahora que disfruta “mucho el camino, los compañeros, la forma de trabajo, los ensayos. Y desde un primer momento este proyecto estuvo completamente angelado, como dice (Gustavo) Yankelevich y tiene razón”.

Y comparte que “con Peto nos llevamos maravillosamente en le dirección. No nos conocíamos tanto. Yo había dirigido Antígona en el baño con Laura Paredes, que además de ser una dramaturga excelente es mi cuñada, con lo cual había una relación de base en ese proyecto. Pero Peto no era alguien tan conocido por mí, nos cruzamos en alguna tira y no mucho más. Con lo cual ahí había un desafío grande”.

-¿Y cómo surgió la dupla?

-En principio iba a dirigir él solo, pero en algún momento Yankelevich (el productor general) dijo no sé qué cosa… la verdad, no sé bien cómo fue, pero surgió en la cabeza de Yankelevich. Él sabe que yo me involucro mucho en los proyectos, de hecho con Peto la adaptamos, le sacamos 20 páginas. Siempre la comunicación entre los dos fue extraordinaria, me parece un tipo bárbaro, coincidimos en un montón de cosas, es un amante del teatro, no tenemos cien por ciento el mismo humor, pero nos adaptamos y se formó un grupo tremendo tambien con Felipe Montoya, el asistente de dirección, y los actores, que tuvieron una onda espectacular desde el vamos.

Llinás y Peto, la dupla directiva de la obra que va de jueves a domingo en el teatro Premier.Llinás y Peto, la dupla directiva de la obra que va de jueves a domingo en el teatro Premier.

-Una de las mejores cosas que sucede de este lado del escenario es que todo el mundo se ríe de todo, sin miedo a la cancelación o al reto social.

-No tenía tanta conciencia de esto que decís, pero ahora que lo pienso es así, claro. Lo que pasa es que también es medio mi estilo, siempre me salgo de los carriles políticamente correctos. Lo bueno es que en este caso fue con mucha aceptación y a diario. Siento que este humor es blanco y abre el juego para que nos riamos de todo. Y en eso está el ojo de Gustavo, que le tuvo confianza a la obra.

-Y a ustedes, porque esto, mal abordado, hubiera sido un disparate. Era como blanco o negro.

-Mal hecho hubiera sido realmente tremendo. Pero tuvimos con Peto la sabiduría de decir ‘Contratemos a Gabriel Chamé (Buendía), que es un genio’, fue compañero mío de la escuela de (Ángel) Elizondo y había participado en Los Bonobos y es un capo poniendo gags. Formamos una aplanadora.

Arriba y abajo

A cuento de cómo vive ella cada escena de la pieza, confiesa que “el otro día me pasó una cosa que me avergüenza completamente, porque yo no soy de ese tipo de actores… Me tenté de un chiste que hice, un papelón. La gente lo agradeció y aplaudió, pero la verdad es que me morí del papelón”.

-¿Te acordás de la situación o la borraste?

-No me la olvido más: estaba enojada con Ignacio (su esposo en la obra) y le dije ‘Bien que cuando viene la platita la agarrás, que el viaje a Las Leñas, que el implante capilar el Turquía, tanto de hotel, tanto de pasaje para que le pongan ese pelo del culo y le hagan ese rulo de Oaky…’ y lo que metí de Oaky nos detonó a todos. A mí lo que más me tienta es ver la tentación en el compañero.

-¿Se vuelve fácil de ese estado?

-Hay que saber volver y no desbarrancar. Siempre le digo ‘Sacate ese rulo de Oaky’ (un entrañable dibujo animado de Manuel García Ferré), pero fuera de escena. Igual, así como te digo que me avergonzó tentarme, también te digo que cada función tiene algo de fiesta y esa sensación es tanto para el público como para nosotros. Nosotros terminamos y salimos exultantes, felices.

En su doble rol de actriz y directora reconoce que “hubo que trabajar mucho con la figura de Cindy (el supuesto quinto personaje en escena) y ese trabajo puntual y extraordinario lo tuvo Anita Gutiérrez. Porque todos los demás no la vemos, pero que ella la vea va a hacer que el público la vea, ella es la única que dibuja a Cindy para que la gente pueda verla de alguna manera. Me da miedo decirlo, porque uno teme que esta burbuja de bienestar de pronto se rompa, pero por ahora estamos en una etapa de mucho disfrute.

Verónica de niña, cuando jugaba a la tragedia escénica. Foto Archivo familiarVerónica de niña, cuando jugaba a la tragedia escénica. Foto Archivo familiar

-Si vas a la infancia, ¿te reconocés en esa nena?

-Si, la actriz estaba desde muy chiquita.

-¿Eras de jugar frente al espejo?

-Era mucho más que eso. Con mi hermano Sebastián, al que le llevaba tres años, hacíamos una obra de teatro por iniciativa nuestra sobre un cartón grande que tenía mi mamá… creo que ella lo usaba la dibujar (Verónica es hija de la pintora Martha Peluffo). Para nosotros era enorme y la obra pasaba adentro de ese cartón: se llamaba El vampiro blanco de los dientes negros, y el título se lo había puesto yo. Mi hermano era muy chiquito, ponele no más de cinco o seis años, y él era el vampiro.

-Yo era la víctima, la heroína. Y la iluminación eran las linternas de la gente que estaba ahí.

-Mi mamá, el novio y mi abuela o la amiga de mi mamá. Y también iba Marilú Marini, a quien admiro profundamente, que era amiga de mis viejos.

-Claro, cómo no te vas a reconocer en la nena que fuiste…

-Loquita de chiquita. Y ya después con unas amigas hacíamos otras cosas, me acuerdo que le pusimos Teatro Floripondo, y ahí sí mamá ya invitaba más gente: tenía un living grande, donde había un arco y se podía poner una barra y un telón, y ella nos maquillaba, ponía sillas. Claramente de chica ya estaba volcada a esto.

Y ahí nomás cuenta aquello del sufrimiento escénico, de querer zambullirse en el drama: “Mirá cómo germiné… Te podría decir que fracasé en ese sentido“.

Familia de artistas: Verónica es hija de la pintora Martha Peluffo y del escritor Julio Llinás. Y hermana del cineasta Mariano Llinás.Familia de artistas: Verónica es hija de la pintora Martha Peluffo y del escritor Julio Llinás. Y hermana del cineasta Mariano Llinás.

La vida y la muerte, la ficción y la dura realidad

Murieron sus padres (es hija del escritor Julio Llinás), murió su hermano Sebastián (su otro hermano, Mariano Llinás, es cineasta), murió su marido hace once años.

-Se vive con el dolor, a veces se relativiza, y se está con esa persona de otro modo.

-Las frases de sobrecito de azúcar o los que tiran consuelo forzado cuando uno está con el alma rota, ¿no te irritaban en el comienzo del duelo?

-Sí, y también decidí que no me jodan más. Sufrí mucho, cuidé a mi esposo durante dos años, dije ‘estoy muy dolida, no me voy a comer ninguna. No quiero gente tóxica cerca, donde me traten un poquito mal me rajo’. Bancaba gente porque sí, afuera. Los que chupan energía, afuera. Me quedé con gente indispensable, con los que me cuidan. Y me quedé con los recuerdos, que ayudan.

Después de 25 años de amor, el dolor. Y la reinvención: “Me salvó mucho el laburo y también mi sobrinito, que va a cumplir 9 años. Paré, me rearmé y seguí. No se me apagó nunca la llama del histrionismo, eso que te hace querer actuar todo el tiempo. Por más cansada que esté, la función es el momento del éxtasis. La vida real sigue, una sigue como puede”.

Y ahí está ahora, tomando mate sin apuro, con el alma abierta – o rota, o en pena-, hablando sobre la muerte, sobre la vida, sobre los viejos sueños que no se le cumplieron a esa nena que quería sufrir en escena. Y ahora, aunque viva Una Navidad de mierda, la escena le da revancha.



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