¿Quién no ha dicho o escuchado alguna vez, como un elogio a la delgadez conquistada por una mujer: “Sí, realmente, parece una sílfide”? Caramba, tenemos que remontarnos a casi dos siglos atrás para encontrar el origen de esta analogía: en 1832 se estrenó en la Opera de París un ballet llamado La sílfide, con el que se inició el importante período del ballet romántico francés.
La celebérrima Marie Taglioni, su protagonista, era prácticamente escuálida, un físico muy acorde al carácter ingrávido de un personaje que volaba por los aires. Podemos suponer con bastante certeza que su figura no sólo estableció el modelo de la “ballerina” esbelta que vemos hasta hoy en obras del repertorio del ballet; también logró, sin proponérselo, vincular belleza con delgadez.
Tal vez por eso, la delgadez se asocia con la calidad de las bailarinas, algo que hoy está en duda, ya que son muchos los cuerpos que no responden a esta idea y sin embargo cumplen más que adecuadamente sus funciones.
Este modelo de “sílfide” no lo encontramos en los Ballets imperiales rusos durante el período tan fructífero de Marius Petipa, que se inició en 1869. Varios registros fotográficos de la bailarina italiana Pierina Legnani, invitada por Petipa para que interpretara el rol de Odile/Odette en el estreno de El lago de los cisnes (1895) la muestra como una dama ligeramente robusta.

Sin embargo, con el tiempo, las bailarinas rusas también fueron asumiendo esa imagen longilínea heredada de Taglioni. La delgadez de Ana Pavlova, por ejemplo, era proverbial, y testigos de la época decían, elogiosamente, que no sobraba un gramo de carne en su cuerpo enjuto.
Es cierto que la búsqueda de esa imagen ha llevado muchas veces a exigencias desmedidas: Gelsey Kirkland, súper estrella del New York City Ballet de George Balanchine a comienzos de la década de 1970, citaba en su libro autobiográfico Bailando sobre mi tumba una frase que Balanchinedirigía a sus bailarinas: “No les pido que coman poco; les pido que no coman nada”.
Cuestión de peso
Como fuera, no se trata de poner en cuestión esos cuerpos, digamos, ideales, que piden los roles del repertorio académico. No se trata de reescribir la historia, ¿qué sentido tendría? Pero sí es interesante detenernos en otras formas, otros géneros de danza en los que el cuerpo de las bailarinas puede asumir hechuras diferentes.

Y no sólo eso: en cuanto a la formación en danza contemporánea, hay perspectivas nuevas. Ana Menéndez, que dirige una escuela privada de danza de larga trayectoria, comenta al respecto: “Nuestra carrera lleva cerca de veinte años. Hay examen de ingreso, pero nunca evaluamos los cuerpos. Algunos chicos y chicas tienen lo que se llama “exceso de peso” y quizás se les dificulta moverse o saltar. Pero otros, con el mismo “exceso”, no tienen ningún problema”.
Continúa: “En mi época, teníamos una preocupación por los kilos de más y los maestros te lo señalaban a veces duramente. Ahora eso no ocurre con los alumnos. Se muestran como son, la panza al aire, los rollitos si los hay. Nuestra única preocupación en la escuela es que los alumnos cumplan con los objetivos de cada materia y no su aspecto físico”.
Damián Malvacio, que codirige con Norma Binaghi el prestigioso Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín, dice: “para la prueba de ingreso no hay exigencia respecto del peso ni de ningún otro rasgo físico. Creo que lo más valioso es que se vea un cuerpo entrenado, plástico, dúctil. Que tenga capacidad de estudio, de escucha, de transformación, todo lo que hace a un cuerpo verdaderamente disponible para la danza. El resto -las formas, los estereotipos- puede y debe ser puesto en discusión”.
Dejar de comer hasta morir

Paula Palomo adoptó para su compañía de danza y circo el retador título de Demasiado gorda. Lo que sigue es parte de su historia:
“Me formé hasta los 15 años en gimnasia artística, después comencé la carrera de Bellas Artes y luego dejé todo. Fue cuando comencé a engordar y que me llevó a algo muy grave: anorexia y bulimia. Bajé brutalmente de peso”, cuenta.
Paula volvió a la práctica del movimiento con clases de danza clásica y contemporánea a las que luego sumó la acrobacia. Poco después Gerardo Hochman, director de la compañía La Arena de circo contemporáneo, la invitó a formar parte del conjunto: “Pero al terminar una gira –continúa Paula-, decidí abrirme un camino propio. Por un lado, el circo no me gustaba tanto y por otro lado empecé a ver grupos como El descueve, que me volaron la cabeza. Años después entro a esta compañía para trabajar en la obra Todos contentos. Finalmente armé mi propio espacio de creación, Demasiado gorda, para la que monté varias obras: una de las primeras se llamó Carne picada y contenía danza, acrobacia, objetos aéreos y la voz.
-Varias de tus piezas tienen títulos que remiten a la alimentación, como “Carne picada” o esta que repusiste ahora, “Devorando el vacío”.
-Sí; en una de las escenas de Carne picada hay una mujer que repta por el piso aplastando unas frutillas, frutillas de verdad, y es ahí donde aparece la idea de querer tragar y no poder. Es la primera vez que abordo un tema del que quería hablar y sigo en otras obras refiriéndome a mi historia y a mis experiencias con los trastornos de la alimentación. Decido hacer el dúo Devorando el vacío, que ahora repuse, para una convocatoria de la Bienal de Arte Joven.

-De la locura de la enfermedad por problemas con la comida y de cómo te domina. Pero termino eligiendo yo: quiero bailar rock and roll con el picaporte de una puerta.
-¿Qué pensás de la obligación en la danza o en la gimnasia artística, de cumplir ciertas normas en cuanto al aspecto físico?
-Creo que en todo el mundo “compra” esas chicas que hacen cosas increíbles en las Olimpíadas, o cuando se encuentra con la excelencia de una bailarina clásica. Pienso que se precisa otro trato por parte de maestros o entrenadores, aunque en realidad habría mucho más por cambiar. ¿Queremos que la muchacha sea esbelta y vuele por el aire y nos maraville? La respuesta general es que sí. Estos estándares de belleza son hoy los mismos de siempre. No cambió nada.
Concluye: “Casi me mato por cumplir las exigencias del cuerpo perfecto. Porque en todos lados me mostraban que de esta manera me iban a aceptar, que podría entrar en cualquier compañía. Nadie me dijo nunca: ‘Estás demasiado flaca, te vas a morir si seguís así’”.
La mirada amable del flamenco

Las fotos de antiguas bailaoras andaluzas como La Malena, La Macarrona o La Sordita, muestran físicos contundentes y también la madurez que el flamenco pide. Nada de cuerpos estilizados, innecesarios para este arte tan profundo. Pero también es verdad que a lo largo del tiempo apareció una demanda no dicha para muchas bailaoras jóvenes preparadas en otras técnicas de danza: la búsqueda de un cuerpo estilizado también en el flamenco.
No es el caso de Silvana Perdomo, nacida en Montevideo, afincada en Buenos Aires y una de las más talentosas artistas del flamenco local. Su figura es, digamos, rellenita, lo que no le impidió desarrollar una carrera magnífica en el arte gitano andaluz.
“Empecé a los seis años en un centro gallego de Montevideo; allí se hacían muchos estilos de la danza española, pero teníamos una particularidad: a nuestra maestra le gustaba mucho Camarón de la Isla y era su música la que estaba en nuestros oídos, cuando en otras escuelas se escuchaba a los Gipsy Kings. Mi maestra nos fue formando en flamenco y desde mis doce años me dediqué sólo a él. Veníamos con mis compañeras a Buenos Aires y tomábamos muchas clases. Cuando me instalé aquí, empecé a trabajar en los tablados porteños y me encantó esto de no hacer coreografías grupales, sino el baile individual, improvisado”.
Silvana comenzó desde 2015 a viajar a Japón para bailar y dar clases; estando en Tokio la sorprendió la pandemia y se quedó tres años viviendo allí.

-Silvana, desde tu punto de vista ¿existe en el flamenco un ideal físico?
-Creo que el flamenco tiene una mirada bastante amable hacia los cuerpos. Ahora, si una bailaora pasó además por una formación de ballet va a estar marcada por una estética distinta a la de alguien como yo: estoy hecha para el ambiente del tablado, para la improvisación, la juerga. Las mujeres gitanas, en Andalucía, quizás están lavando la ropa o pelando papas y de pronto se levantan y se ponen a bailar. Gente común.
-En todo caso habría que diferenciar entre el flamenco tradicional, el del tablado, y aquél estilizado de las compañías de danza española.
-Sí, por ejemplo para ingresar al Ballet Nacional de España se precisa haber estudiado en un conservatorio. Hay muy pocas compañías de flamenco puro, pero pienso en Eva la Yerbabuena: sus bailaoras, como ella misma, no tienen físicos esbeltos. Tampoco los hay en la compañía de Manuel Liñán. Pero en un ballet del género español con un gran cuerpo de baile lo que se busca no es la individualidad, sino lograr un efecto armonioso.
-Pensando en las viejas bailaoras de las primeras décadas del siglo XX, ¿qué aportarían al flamenco los cuerpos de mujeres, digamos, no estilizados?
-Alguna gente dice que tener tobillos gruesos ayuda a zapatear mejor. O que si sos más redondita, sos más flamenca. Para mí no pasa por ahí; es una cuestión de energía. Hay bailaoras redonditas que no tienen solidez en el escenario. Y otras súper flacas que tienen mucha presencia y profundidad. Creo que cuanto más rabioso es el flamenco y cuanto más imperfecto, mejor.
Y para terminar, dice Silvana: “En cuanto a mí, nunca tuve complejos con mi cuerpo. Y ahora que tengo cuarenta años, bailo mucho mejor que a los veinte”.
Información
La última función de Devorando el vacío es este sábado 24 de mayo a las 20.30 en La Central, un nuevo espacio en Manuel A. Rodríguez 1566, Villa Crespo.
Por su parte, Silvana Perdomo actúa este viernes 23, a las 21, compartiendo escenario con Hebe Zacco, Nico del Cid y An Estrañy. Tablao La Chispa, Sarmiento 3685. El 9 de agosto estrena espectáculo propio en Sala Mediterránea, Tucumán 3378.