Bután es un pequeño reino ubicado en el corazón del Himalaya, entre China al norte e India al sur. A lo largo de su historia, se mantuvo aislado del resto del mundo, lo que permitió conservar una cultura budista profundamente arraigada y una relación casi sagrada con la naturaleza. La geografía montañosa y los accesos difíciles reforzaron ese aislamiento, dando lugar a un país único en sus valores y su forma de vida.
Recién en la década de 1970, este pequeño estado comenzó a abrir sus puertas al turismo internacional y al desarrollo moderno, pero lo hizo con extrema cautela. En lugar de adoptar un modelo de crecimiento acelerado, priorizó su identidad cultural, la sostenibilidad ambiental y el bienestar colectivo.
Desde 2008 funciona como monarquía constitucional y es reconocido en todo el mundo por su enfoque alternativo de desarrollo, centrado en la Felicidad Nacional Bruta.
Mientras el resto del mundo mide su desarrollo con el Producto Interno Bruto, Bután elige una métrica radicalmente distinta: la Felicidad Nacional Bruta.
Este índice incluye factores como el bienestar psicológico, la salud, la educación, el manejo del gobierno y la diversidad cultural. En lugar de perseguir el crecimiento económico, el país apuesta por el equilibrio y la sostenibilidad.
Bután se destaca como uno de los pocos países con emisiones de carbono negativas en 2025. A pesar de un leve aumento en sus emisiones de CO₂ en 2023, que alcanzaron 1,987 megatoneladas según el sitio Datos Macro, el país sigue absorbiendo más carbono del que emite.
Esta cifra, aunque pueda parecer alta, en realidad resulta muy baja en comparación con otros países: por ejemplo, Estados Unidos supera las 5.000 megatoneladas anuales, mientras que países de tamaño medio como España rondan las 250.
El equilibrio de Bután se sostiene gracias a dos factores clave: más del 70% de su territorio está cubierto por bosques, que funcionan como grandes sumideros de carbono, y su matriz energética que depende casi por completo de fuentes hidroeléctricas. Esta combinación convierte al pequeño reino del Himalaya en un referente global de sostenibilidad ambiental.
Además, la mitad del país se encuentra bajo protección como parque nacional o reserva natural, una política que cuida el medioambiente y garantiza un refugio seguro para su biodiversidad.
Conscientes del impacto del turismo masivo, las autoridades de Bután implementaron una “tasa de desarrollo sostenible” que triplica el costo anterior: pasó de 65 a 200 dólares.
Esta tarifa diaria limita la cantidad de visitantes y asegura que cada ingreso contribuya a la conservación del entorno. El país sostiene un modelo de alto valor y bajo impacto, donde la experiencia turística se desarrolla con respeto por la naturaleza y las comunidades locales.
Una de las iniciativas más importantes del país es el Trans Bhutan Trail, una antigua ruta de 400 kilómetros que recorre bosques, aldeas y monasterios. Este camino no se concibe solo como atracción turística, sino como herramienta de desarrollo regional.
La ruta permite a los visitantes conocer zonas rurales, crea empleo local y ofrece una alternativa sostenible al turismo concentrado. Cientos de voluntarios y trabajadores participaron en su recuperación, lo que convirtió al sendero en símbolo de reconstrucción tras la pandemia de 2020.