Martín Mortola Oesterheld tiene algo de Adam Driver: la nariz, la mirada, la sonrisa. Pero su verdadero parentesco es más simbólico que físico. Así como Driver fue nieto de Darth Vader en Star Wars, Martín lo es de Héctor Germán Oesterheld, el mítico creador de El Eternauta, la historieta más poderosa de la ciencia ficción argentina. Hoy, esa obra renace como una serie fenómeno de Netflix.
Afuera, en el barrio Julio Cortázar -ese otro creador de mundos fantásticos-, donde sucede la entrevista, el clima parece salido de un relato de Bradbury. Es mayo y el aire está espeso, raro. Vendrán lluvias. Y no serán suaves.
Ese ambiente extraño, casi anticipatorio, acompaña también el momento histórico de la serie. El Eternauta ya no es sólo una historieta de popular y de culto: hoy es un fenómeno global. En Japón se aprende a jugar al truco, sus frases se vuelven memes y cientos de jóvenes hicieron cosplay en Barrancas de Belgrano para revivir el final de temporada. En redes, hasta se analiza científicamente los autos viejos que aparecen en pantalla.
El impacto es cultural y simbólico. En Times Square, Nueva York, se proyectó su publicidad a toda pantalla. La historieta semanal que nació en los márgenes empieza a ocupar el centro, como el Martín Fierro: una historia popular convertida en mito. Juan Salvo, como Fierro, un héroe que no buscaba serlo.
Y sí: lo antiguo funciona y todavía sabe avanzar. Los Taunus, Mehari y Estancieras de la serie volvieron a rodar, esta vez en Tik Tok. La iglesias o edificios brutalistas de Buenos Aires, Íconos virales de una nostalgia nacional que cruza industria, familia y ciencia ficción. Mientras tanto, se sextuplicaron las consultas a Abuelas de Plaza de Mayo por posibles nietos apropiados.
En medio de esa nevada que ya no cae pero sigue en el aire, está Martín. Consultor audiovisual y productor ejecutivo de la serie. El furor es total. Pero también lo fue el trabajo: 130 jornadas de filmación multitudinaria, en las que estuvo presente en todas. Se mueve entre memoria y destino. Hereda una mitología que no eligió, pero que eligió contar.

El Eternauta, entre la historia íntima y el fenómeno global
Y sin embargo, Martín Oesterheld no puede -o no quiere- dejar de hablar de El Eternauta. Todavía no comienza la primera pregunta y él ya arranca mientras lo fotografían: “Te tengo que mostrar algo… ¿ahora o después?”, se adelanta, entusiasmado.
Toma la palabra de entrada, algo fuerte. Incluso una posible pista sobre el final de la serie en Netflix.

“Mi abuelo tenía la estrategia de El Eternauta, pero no sabía cómo iban a verse los personajes”, dice. “Y va al núcleo: la circularidad en la que Juan Salvo narra y se convierte en Eternauta le parecía lo más potente. Es una aventura, sí, pero también el intento de un sobreviviente por recuperar a su familia, su mundo. Al final, en el ’59, en el cómic, descubre que reencontrarse implica olvidar. Es el personaje de Germán cuando termina la historia que dice, ‘será posible?´. El loop sigue. La historia vuelve a empezar..”.
-¿Creés que El Eternauta se volvió una experiencia transmedia que impacta más allá de la serie?
-Lo que pegó de la serie es que fue un fenómeno cultural que va más allá de sí misma. Ver Buenos Aires en un imaginario de ciencia ficción tan potente… eso nunca lo habíamos tenido. La historieta ya lo hacía, pero ahora lo caminás. Es como si los códigos del género -que venían de afuera- se volvieran propios. Ver tus barrios con esa épica no es menor: es un movimiento mínimo, pero tremendo. Y creíble. Serie e historieta no compiten; conviven de formas distintas. Eso tiene un clásico: siempre vuelve a decir algo. El Eternauta, con su dibujo anacrónico y su formato de tira larga, sigue siendo inquietantemente actual.
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La plataforma presentó un clip promocional y dio a conocer a los actores que formarán parte del proyecto.
-Que además, para vos, es personal…
-Para mí también es personal, claro. La editorial Frontera estaba en la casa de mis abuelos, en Béccar: la misma casa donde empieza El Eternauta. Ese chalet -ese jardín, esos interiores- es el centro de mi universo emocional, aunque sólo la habite a través de fotos y memorias. El Eternauta no volvió sólo como serie: volvió como símbolo, abrazado por su gente, con esa fuerza popular que tenía cuando salía en revistas que se repartían en kioscos y trenes.
Del papel al streaming: el Eternauta que cruzó tiempo y formatos

-El Eternauta tuvo muchos intentos de adaptación: ¿qué pasó esta vez para que todo encajara, cuándo sentiste que, ahora sí, era real?
–Esto empezó mucho antes de Netflix. En 2008, gracias a un coleccionista italiano con quien tenía contacto desde 2003, conseguimos el 85% de los originales de El Eternauta. Por primera vez pudimos escanearlos bien, sin retoques ni montajes. Ahí entendí que teníamos algo único: la huella gráfica real. Sentí que faltaba la edición en inglés. Contactamos a Fantagraphics, la editorial de Gary Groth, que conocía perfecto la obra.
Hicieron una edición espectacular: ganó un premio en Comic-Con, un Eisner-el Oscar de las historietas- y Amazon la lanzó como “clásico de todos los tiempos”. Eso nos abrió puertas. Más tarde, Marcos Vergara del Carril, un abogado argentino con el que trabajábamos, entró a Netflix en Los Ángeles y dijo: “Esto tiene que ir de cabeza”. Ahí se alinearon los planetas. El Eternauta volvía, esta vez, para entrar en todas las casas.
Los Eternautas que casi fueron: de Cannes a Hollywood, sin escala

-Antes de esta serie, hubo varios intentos de llevar El Eternauta a la pantalla. ¿Qué pasó con esos proyectos? ¿Quiénes estuvieron cerca?
-Hubo muchos intentos antes de esta versión. Estamos hablando de siete directores top. La que más cerca estuvo fue Lucrecia Martel. Presentó su proyecto en Cannes y su enfoque se despegaba de la ciencia ficción clásica: ponía el eje en el viaje emocional del personaje, alguien común, que salía de una casa en Beccar. Incluso en ese momento ella estaba en conversaciones para dirigir una película de Alien. En un punto también apareció Jeremy Renner. Estaba flasheado con hacerla. Venía de protagonizar Arrival y el entusiasmo que mostró nos daba espalda para negociar.
-O sea que podríamos haber tenido a Jeremy Renner como Juan Salvo… ¿y no a Ricardo Darín?
-Algo así (ríe). Pero había condiciones: tenía que hacerse en Buenos Aires. La productora Laura Bruno fue clave para que eso se respetara. Muchos se bajaron por eso. Pero gracias a esa convicción, hoy El Eternauta se hizo como queríamos.

El archivo oculto: una memoria visual de El Eternauta
Martín no puede quedarse quieto. Va y viene por su casa hasta que dice: “Te tengo que mostrar algo”.
Regresa cargado de cajas y entusiasmo. Trae una selección de fotos del Archivo General de la Nación, que armó junto a la fotógrafa Rosana Schoijett para un friso monumental en Tecnópolis. La idea: conectar visualmente la historia de Buenos Aires con el universo de El Eternauta.

Las imágenes impactan: tranvías destruidos, la avenida 9 de Julio abierta como una herida, la Plaza de Mayo bajo nieve en 1918, simulacros de emergencia, casas vacías, bomberos con máscaras. Todo parece salido de un tiempo paralelo, inquietante y apocalíptico. Como un documental de la ciencia ficción de El Eternauta, pero con cosas que sí ocurrieron.
Elsa Oesterheld, mi heroína en este lío
“Una vez, cuando un grupo paramilitar entró por el fondo de la casa de Béccar buscando a mi abuelo y a sus hijas, mi abuela se plantó”, cuenta Martín. Uno de ellos gritó si su marido era judío. “¿Y si lo fuera, cuál sería el problema?”, respondió. “Soy una señora. Esta es mi casa. Me van a respetar”. Mi abuela, Elsa, tenía mucho carácter.

Martín Mortola Oesterheld habla tenía cuatro años cuando la dictadura asesinó a sus padres. “Me llevaron con mi abuelo, detenido en un centro clandestino. Fui la última persona de la familia que lo vio antes de que lo mataran y lo hicieran desaparecer. Y él pidió que me llevaran con mi abuela. Ella me sacó de ese momento: me dio de comer, me tranquilizó, me preguntó por mi abuelo. Sólo cuando me dormí, atendió su propio dolor. No tengo un recuerdo cruento”.
Héctor, sus cuatro hijas, tres yernos y dos nietos -que Elsa nunca llegó a conocer- fueron secuestrados o asesinados por la dictadura. Diez pérdidas en la familia. En ese abismo, Elsa de Oesterheld quizás pensó -sin decirlo- “hay un Oesterheld que vive”. Ese era Martín.

Pero antes de que lo secuestraran, Héctor Oesterheld siguió escribiendo. Como si la urgencia de contar no se pudiera apagar.
“En 1976, mientras El Eternauta II ya circulaba, mi abuelo estaba en la clandestinidad. Dicen que lo veían en el subte, metiendo monedas y dictando páginas enteras de historietas por teléfono público. A veces para Solano López o para otro dibujante. Dormía en redacciones. No dejaba de escribir.”

-¿Cómo fue tu primer vínculo con la obra de tu abuelo?
-Mi lugar de juego era el fondo de la casa donde me fui a vivir con mi abuela, en Palermo. Una habitación vieja donde estaba todo guardado: los guiones originales, las revistas, fotos, ficheros de madera con material de la editorial Frontera que fundó mi abuelo, y la biblioteca con libros en varios idiomas. Mi abuelo era muy ilustrado y tuvo hasta algún encuentro con Borges, era como que se entendían al mismo nivel.
Era literalmente una montaña de libros; me subía para alcanzar los avioncitos esos que colgás del techo. Jugaba a ordenar la revista Hora Cero, en la que se publicaban El Eternauta, Ernie Pike o Sargento Kirk y así empecé a leer. Cuando descubrí El Eternauta, sentí que ese era mi lugar: la casa de Béccar, el jardín, el escritorio… Era como encontrar a mi abuelo ahí, sin que nadie me lo explicara.
El futuro del Eternauta
-¿Qué representa para vos esta nueva adaptación de El Eternauta?
-Se trabajó muchísimo, y hay mucho orgullo por lo logrado. El Eternauta de Bruno Stagnaro, en el que pusimos tanto, tiene muchos puntos de contacto con el original. Tiene algo muy argentino en llevar al límite los recursos técnicos. Tenemos una especie de “arte de la carencia”, ese estilo medio “lo atamos con alambre” que también está en El Eternauta: usamos el ingenio.
Y hay algo que me genera mucha satisfacción: El Eternauta nació en una editorial independiente, hecha en una casa, y terminó siendo un boom. Lo fue porque no infantilizaba a los lectores. Les hablaba de historias cruentas, mundos distintos, situaciones que podían parecer de western, pero con un tono más bien gauchesco, argentino.

-Vi un tuit que decía algo así como “El Encargado, de derecha; Okupas, de izquierda; El Eternauta, nacional y popular”, ¿pensás que esta adaptación puede entrar en ese mapa cultural?
-El Eternauta habla de lo que somos: en el lenguaje que usamos, en nuestra cultura, y además lo hace nivelando para arriba. No se entrega cualquier cosa. Es una historia con aventura, con profundidad, con una lectura incluso metafísica. No hay amenaza, hay orgullo. Es algo que nos representa.

-¿Y después de El Eternauta, qué? ¿Qué planes tiene el nieto del hombre que imaginó mundos como Mort Cinder, Sherlock Time o Ernie Pike? ¿Hay más universos Oesterheld esperando a ser contados?
-Ahora estamos escribiendo la segunda temporada de El Eternauta. Pero además, yo tengo algún proyecto también en carpeta, uno o dos. Si esto funciona, me gustaría adaptar otras obras de mi abuelo.
Tal vez porque, como en El Eternauta, las buenas historias no terminan: se reescriben, se heredan, se multiplican. A veces basta con que alguien las escriba, o que el mundo esté listo para verlas. Lo viejo funciona.