eliminó a San Lorenzo y jugará la final del Torneo Apertura con Huracán



El Calamar fantástico lo hizo de nuevo. El nuevo matagigantes del fútbol argentino ahora fue el verdugo del San Lorenzo de Miguel Ángel Russo. Platense le ganó 1 a 0 la semifinal al Ciclón en el Nuevo Gasómetro y quedó en el umbral de la gloria. Está a un paso de hacer historia. Como en el 2023, cuando perdió la final ante Rosario Central, el domingo irá a Santiago del Estero en busca del primer título de su vida contra Huracán. Por eso la celebración, a pura emoción, llanto y desahogo. Tan merecido fue el triunfo que hasta los futbolistas visitantes recibieron las palmas genuinas de los simpatizantes cuervos.

La palabra imposible no figura en el diccionario de este Platense de Favio Orsi y Sergio Gómez. Venció al Racing de Gustavo Costas en el Cilindro. Después lo eliminó al River de Marcelo Gallardo en el Monumental. Y esta vez su víctima fue el San Lorenzo de Miguelo, que con todos los problemas dirigenciales y económicos a cuestas quería disfrazarse de camboyano y rendirle homenaje al Papa Francisco. Pero los de Boedo llegaron hasta acá a bordo de un ímpetu para el aplauso y por eso recibieron el reconocimiento de sus hinchas a pesar de la derrota.

Lo que se presumía de antemano, se vio en el campo durante un primer tiempo con más parates que minutos de juego, con más protestas que pases, con más infracciones que pases precisos, y con ninguna llegada clara en ninguno de los dos arcos. San Lorenzo y Platense, tal vez dos de los equipos de la actual liga que mejor entienden esto de marcar, apretar dientes, cerrar espacios y mantener el orden, no dejaron lugar para la sorpresa en el Bajo Flores.

Mientras el sol de mayo asomaba por detrás de una de las populares para traer algo de calidez a la fresca tarde patria, el local intentaba descifrar el enigma Platense, ese que no pudieron decodificar Racing ni River en octavos y en cuartos de final, respectivamente. Todos corren, todos meten, nadie se relaja en el conjunto de la dupla Orsi-Gómez. Jugar como si no hubiera un mañana es el sello de este equipo que dejó en claro que no volvió a Primera de visita; vino para quedarse y competir en serio después de tantos años de penurias en el Ascenso.

Ahi tal vez esté la clave del juego del Calamar. Sus hombres salen al campo con ese peso que en realidad es más bien un empuje. Por eso le hace frente a los gigantes del fútbol argentino. De igual a igual. Con sus herramientas, obviamente. Pero bien empleadas, aplicadas al servicio de un bien colectivo innegociable.

San Lorenzo también lo sufrió, como Racing y como River. Incómodo se lo vio siempre a Iker Muniain, el diferente vestido de azulgrana. Poco pudo hacer el vasco en esa primera parte sin diversión en las áreas, aunque con un visitante más firme, más estable en sus entregas. En la lucha cuerpo a cuerpo, los marrones sacaban ventaja contra los de azul y rojo. Para colmo, a loa 15 minutos el dueño de casa perdió a uno de sus muchachos más punzantes: Ezequiel Cerutti salió a puro llanto por una lesión en el isquiotibial derecho (podría sr un desgarro) y entró Matías Reali.

Los del medio de Platense se comían a los del medio del Ciclón. Leonel Picco también agarró la pala cada vez que intervino para cortar. Lo mismo para Rodrigo Herrera. Y a ellos se sumaban los volantes externos, que no se ponían colorados si debían apelar a la falta para no dejar prosperar la salida de un San Lorenzo que se iba poniendo cada vez más nervioso.

Cuando la gente trataba de jugar su partido desde las tribunas colmadas quemándose las gargantas a puro canto para darle al equipo ese envión que le faltaba, Platense pegó un gancho a la mandíbula. Un rato antes había salido Augusto Lotti y había entrado Franco Zapiola. El cambio salió bien. De un córner llegó el flojo rechazo de Orlando Gill con los puños y Zapiola le ganó a Elías Báez para clavar el gol con el arco vacío.

Otra vez lo hizo este Calamar fantástico. Otra vez sorprendió a un grande en su propia cancha. Otra vez supo esperar el momento de debilidad, el error, para no perdonar, para inyectar su tinta y enceguecer a su presa, sin importante su tamaño. Y aguantó en el final. Aguantó con Juan Pablo Cozzani tapando un tiro cruzado de Alexis Cuello. Y sacando cada centro que llovió al área.

No terminaba más la tarde para Platense. Hasta que sonó el pitazo definitivo y estalló todo el plantel marrón en un festejo tan merecido como histórico.





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