El 4 de febrero de 1965, un hospital en Mar del Plata quedó a oscuras. El día anterior, un temporal con vientos de 114 kilómetros por hora había sacudido la ciudad: volaron techos, se cayeron árboles y hubo una lluvia “pocas veces vista”, según los diarios de la época. Juana entraba en trabajo de parto. Y justo cuando su hijo estaba por nacer, se cortó la luz. En ese silencio repentino, la partera, Elba, alzó al recién nacido en brazos y, entre sombras, le dijo a la madre: “¿Qué será de este chico?”. Así llegó al mundo Juan Esteban Curuchet, el último de tres hermanos, el que pedaleó contra todas las adversidades: contra la pobreza, contra el paso del tiempo y contra el olvido. El que fue capaz de transformar aquella oscuridad del inicio en la luz de una medalla dorada que llenó de brillo a la historia del deporte argentino.
“Una buena persona”, fue el deseo de su mamá para Juan, que creció en el seno de una familia humilde y trabajadora. Su casa no tenía baño, el piso era de tierra y muchas veces la única comida del día era un pan con mate cocido. “Teníamos muchas necesidades, pero muchos sueños“, cuenta el ciclista, que vio cómo sus padres de a poquito fueron construyendo ese hogar que al principio no tenía nada. A los 3 años, su papá, que era electricista, le dio un balde para llevar el cemento y lo hizo parte de la obra. La familia fue su motor. Mientras otros se quebraban, él se fortalecía. “Hay muchos a los que les duele, pero yo lo usaba, me potenciaba. En mi vida era todo superación“, asegura.
Hoy, a los 60 años, con la dicha de haber alcanzado todo, Juan Curuchet abre las puertas de su mundo para recibir a Clarín. En una charla íntima, se permite mirar hacia atrás y repasar los momentos que lo marcaron: la lucha diaria, los objetivos que parecían imposibles, la soledad del deportista, el amor por el ciclismo y la familia como refugio. Pero también revela algo más: una señal, una certeza inexplicable que lo atravesó la noche anterior a la final olímpica en Beijing 2008 (su sexta y última participación olímpica, récord para cualquier argentino), cuando se consagró con el oro en la final de la prueba Madison, también llamada “americana”.
“Me acosté a dormir y a los deportistas nos cuesta entrar en el sueño antes de una final. Algo estaba pasando diferente porque me tiré en la cama, me dormí y soñé que era campeón olímpico. Te puedo asegurar que fue real. Soñé todo: la carrera, la medalla, lo que me pasaría cuando volviera a Mar del Plata, lleno de gente. Pero me desperté a la mañana y no era campeón olímpico. Soy católico, creyente. Entonces me arrodillé y quedé frente a la pared blanca. Dicen que a Dios hay que ponerlo a prueba. ‘Dios, si existís, cumplime este sueño’, le dije arrodillado. A las 6 de la tarde era campeón olímpico”, relata en forma apasionada.

-¿Cuál fue el disparador que te hizo perseguir la medalla durante seis Juegos Olímpicos?
-Mis primeros Juegos, en Los Ángeles 1984. Ese fue mi disparador, donde se me prendió el fuego sagrado. Entré quinto con 18 años y gané un diploma. ¿Y sabés qué dije? ‘Yo quiero una medalla’. Lo que yo no sabía era que iba a tardar 24 años en lograrlo. La perseguí durante seis Juegos Olímpicos y no me resigné nunca. En Atenas 2004 tenía 39 años y salimos octavos con mi compañero (Walter Pérez). Estuve tres noches que se me rompía la cabeza. Me dolía el pecho. Parecía que se me había muerto alguien. Claro, yo iba a ser campeón olímpico, porque tres meses antes había sido campeón mundial. El impacto fue muy grande. Ojalá la gente entienda lo que sentimos los deportistas olímpicos cuando nos va mal y tenés el sueño de lograr una medalla.
-¿Por qué creés que se dio en Beijing y no en Atenas, donde llegaste como campeón del mundo?
-Porque a veces las cosas se tienen que dar. Tu economía, formación, cómo te vas haciendo, cómo lo planteás, la falta de experiencia. Yo no tenía un profe que me dijera qué hacer: yo tuve a mi hermano (Gabriel, también ciclista). Y se falla, se crece. Ese famoso tropezón que es necesario que te la pegues, así te levantás. No tardás nada y arriba. Y después de que te levantaste mirás por qué te caíste. ¿Por qué encarar mis últimos Juegos Olímpicos? Si miro mi carrera deportiva, ya era campeón mundial, subcampeón mundial, medalla de bronce, Copa del Mundo… Tengo 70 medallas internacionales. Haberme planteado un sueño tan alto me hizo cumplir todos mis sueños en el medio.
-Después del golpe en 2004, ¿en qué momento decidiste que competirías en Beijing 2008?
-Al tercer día de haber competido lo llamo a mi hermano y lo siento en la silla del comedor, todavía en la Villa Olímpica. Le digo que voy a encarar un período olímpico más. Mi hermano me dijo que estaba loco, que tenía 39 años y que iba a llegar con 43. “Nos van a matar”, me dijo. “No importa. Yo me la banco. ¿Vos te la bancas?”, le pregunté. Y seguí: “Mirá, yo voy a planear los próximos cuatro años, um día y 53 minutos… Te voy a decir lo que voy a comer hasta un día antes”. Era lo que faltaba para la carrera. “Estuve seis meses proyectando hasta la comida del día previo. Todos los viajes, toda la preparación la escribí en un papel. Entonces se lo di a mi hermano y le dije que eso era lo que quería, que se ocupara. Y a los cuatro años, un día y 53 minutos fui campeón olímpico.
-¿En qué consistió la preparación?
-Fue la excelencia de la excelencia. No me corrí nada de lo que había planteado. Nunca me salí. No modifiqué ni cambié nada. Dejé de mirar a otros y empecé con mi propia preparación. Y el mundo me empezó a mirar a mí. Cuatro años de silencio, cuatro años diciendo que yo iba a los Juegos Olímpicos para cumplir el sueño de ser el atleta con mayor cantidad de Juegos Olímpicos y estaba escondiendo la medalla. “El viejo”, me decían. Fijate que yo estaba corriendo contra deportistas de 20 años.
-Es espectacular. Después de los Juegos Olímpicos de Sydney 2000, se hizo el Mundial en Mánchester, y como me fue mal me tuve que pagar el pasaje, el hotel… No tenía nada. El día de la carrera llovió y me fui con un equipo de lluvia porque no tenía para pagarme un taxi y cuando llego, estaban todos los europeos entrando con la mochilita, el mecánico, el masajista. Voy al box, que son las cabinas que te dan divididas. Me estaba arreglando la bicicleta y en un momento veo al lado que había un francés. Tenía la foto de su familia y un psicólogo le hablaba, inspirándolo para correr contra mí. Y así el italiano y el alemán. Todos con psicólogos y a mí se me manchaba la grasa en la piel. ¿Y sabes qué hice? Cuando lo miré al francés le dije: “Allá arriba (por el velódromo) todo esto se te termina. Te quiero ver allá arriba contra mí”. ¿Sabes cómo salí ese Mundial? Tercero. ¿Sabés dónde terminó el francés? Al costado de la pista, vomitando descompuesto, con psicólogo, mecánico, masajista… Yo sin nada me llevé la medalla de bronce en el Mundial. Entonces, en el deporte no importa cuánto tenés sino lo que querés.
-¿La medalla de oro te cambió la vida?
-Con la gente, seguro. Nosotros sabemos el significado de la medalla olímpica porque la perseguimos. Pero no sabemos el significado para los demás. Hoy, 17 años después, hay personas que todavía me dicen que lloró con nosotros. Por ejemplo un deportista amigo, Agustín Pichot, que me dijo: “Juan, no sabés lo que lloré cuando ganaste la medalla”. Ese tipo de cosas me pasan con el tema de la medalla. El reconocimiento es lo más lindo. ¿Y a quién no le gusta que lo reconozcan? A mí me encanta. A veces me da un poco de pudor o vergüenza, porque te dicen cosas muy fuertes, pero lo tomo como parte de esta alimentación del alma que los deportistas necesitamos.

Después del retiro de su hermano Gabriel, Juan se encontró en una etapa de transición. Probó distintas duplas, pero ninguna terminaba de encajar. Hasta que apareció Walter Pérez. Lo recordaba como un corredor con una genética privilegiada, aunque con algunas costumbres que para él eran incompatibles con la alta competencia. Un día, mientras compartían concentración en Italia, lo sorprendió con un paquete de galletitas y una gaseosa escondidos debajo de la cama. En vez de discutir o retarlo, Juan le propuso hacer cambios, ajustar la alimentación y afinar la técnica.
Lo que siguió para ellos después de ese episiodio fue una conexión difícil de igualar. El punto más alto de esa sociedad llegó el 19 de agosto de 2008, cuando conquistaron la medalla de oro en la prueba Madison de ciclismo en pista, en los Juegos Olímpicos de Beijing, dentro del imponente velódromo de Lao Shan.
“Bon appétit”: el día que conquistaron el corazón de un organizador suizo
En 1994, Juan Curuchet y su hermano Gabriel estaban en Italia y les habían dado la credencial de ciclistas profesionales. Pero de profesionales tenían poco y nada. “Éramos los más pobres del mundo”, dice Juan, sin exagerar. Viajaban en un Fiat Argenta cuadrado, diesel, con la bicicleta en el baúl y el almuerzo escondido entre frazadas. Aquel invierno en Zúrich les habían advertido que todo era carísimo, así que cocinaron una tarta, arroz y un pollo, y lo llevaron por las dudas.
Al llegar al circuito, un hombre de traje intentó mandarlos al sector amateur y tuvieron que mostrar sus credenciales. Estacionaron su Fiat, que largaba bocanadas negras de humo, al lado de un Mercedes 500 que era de Urs Freuler, multicampeón suizo y millonario. La escena fue tan surrealista como real: mientras los demás almorzaban en un restaurante VIP —a 200 francos suizos el cubierto—, ellos extendieron una frazadita de avión en el piso y comieron el pollo que habían llevado escondido.
Cuando Frederick, el organizador de la carrera que era temido por todos, abrió la puerta para reclamarles que no habían asistido al almuerzo oficial, se quedó mirando la escena. No dijo nada. Solo les deseó: “Bon appétit”. Ese día salieron segundos. Y al darles la mano en el podio, Frederick les hizo una promesa: “Mientras yo organice esta carrera, ustedes van a tener contrato siempre”. Y cumplió.

“Puedo decir que logré todo en mi vida mangueando”
No hay sueños imposibles cuando hay hambre de gloria. Desde muy chico, lo que impulsaba a Juan no era sólo la pasión por correr sino un deseo visceral de pertenecer, de destacar y de demostrar que con esfuerzo y determinación se pueden romper barreras. Su historia arranca con una bicicleta armada a último momento y está marcada por obstáculos económicos, sacrificios y una mentalidad de acero que lo sostuvo durante casi tres décadas en la elite del deporte.
-¿Cuándo se te dispararon las ganas de correr?
-Mi papá corrió durante 20 años. Yo jugué al fútbol en Mar del Plata desde los 8 hasta los 15, cuando agarré la bicicleta. A la mañana jugaba al futbol y a la tarde estaba la carrera de mi primo, que corría. Somos una familia enorme y cuando terminaban los eventos íbamos a la casa de mi tío. Un día vi que mis dos primos, Sergio y Walter, estaban sentados en el medio y había 40 o 50 familiares escuchando sus anécdotas. Yo quería estar del otro lado algún día por la importancia que tenían dentro de la familia. Y a uno le gusta ser importante. Todos nos queremos destacar. Otro disparador fue una lata de duraznos. Iba a las carreras y a mí me gustaba pero no podíamos comprar, y yo veía a mis primos que cuando terminaban una carrera abrían una lata de duraznos y se los repartían. Yo quería comer duraznos y ser parte. Quería ser alguien importante en la vida. Vi que tenía la genética y condiciones y decidí probar.
-¿Te acordás de tu primera carrera?
-Sí, mi hermano Gabriel corría desde hacía un año y medio, y se fueron con mi papá a una carrera en Olavarría. Yo no tenía bicicleta: había una sola y era la de mi hermano. Mi papá tenía una bicicleta viejita y yo tenía un cuadro muy chiquito. Entonces le desarmé toda la bicicleta a mi papá cuando se fue y armé otra con la que me fui a una carrera atrás del hipódromo. La primera vez que corrí, gané: era genético. La bicicleta la armé tres horas antes de subirme y corrí en una carrera libre que no era fácil, porque yo tenía 15 años contra hombres experimentados de 40 y pico de años. A los seis meses, salí doble campeón argentino. A los ocho meses, campeón panamericano juvenil. Y al año, campeón panamericano de mayores. Hacía sólo un año y pico que corría.
–¿La genética es muy importante en el ciclismo?
-Yo vengo de una familia de deportistas. La bicicleta la agarré de un domingo a otro, pero sabía muchas cosas porque vi a mi papá correr, a todos mis tíos y mis primos. Sabía lo que era la bici. Yo cuando era pibito andaba en una rueda, tenía mucha habilidad. Entonces no me costó mucho. Fui aprendiendo. Yo tenía mi técnico, que era mi tío Ramón Palanca, que corría y me dijo algo que fue muy importante para mi crecimiento: “Si vos querés manejar el cuerpo, tenés que ser inteligente. Entonces vamos a trabajar en tu mente, porque va a ser la mente la que va a hacer trabajar tu cuerpo”. Y eso me costó muchísimo porque tenía mucha genética. A veces, al no tener la mente puesta, le daba y le daba durante la carrera y llegaba el momento y explotaba. Por más que tengas la genética, si a una carrera de dos horas no la administrás bien, te hace pagar el cuerpo el desgaste. Él me empezó a enseñar la inteligencia para correr, que es lo que muchas veces no se hace acá por falta de recursos.

-¿Sentís que la mentalidad te diferenció del resto?
-La genética y la condición mental, los sueños a largo plazo y creer en vos. No todos somos iguales, no todos lo logran. Mis primos tenían genética, pero su mentalidad no era para eso. Y después también a dónde querés llegar. Si querés ser campeón nacional, podés lograrlo. O un Sudamericano o un Panamericano. Ahora, una vez que saltás el charco y pasás a Europa, donde el ciclismo es tan popular, si no estás listo te chocás contra un muro, es una agonía. Ser deportista de alto rendimiento, con un sueño olímpico o de llegar al Tour de Francia, te implica cambiar de vida. Tu mentalidad tiene que cambiar totalmente: cuerpo argentino, mentalidad europea, eso es lo que tuve que hacer yo para poder evolucionar. Yo veía que la mayoría de los corredores argentinos se bajaban pero yo aguantaba.
-¿Cómo te mantuviste económicamente tantos años?
–Fui indigente hasta el último día, porque yo me retiré indigente. En Argentina tenemos esta palabra y sé que hay muchos deportistas indigentes. Si a mí me pasó en 2008, cuando fui campeón olímpico, imagínate para atrás. El año de los Juegos Olímpicos me prestaron un departamento para entrenarme en ruta, en mayo. Me fui a vivir un mes y medio a España. Me lavaba la ropa y me hacía la comida en el año olímpico. Después me ayudaron algunos eventos. Ya era campeón mundial y me iba a correr a otros lugares y ahí te dan hotel y comida porque te hacen contrato. Todos los contratos que logré en mi vida los invertí cien por ciento en el deporte, aparte de ir acomodando un poco mi casa. Compraba una rueda, no cambiaba el colchón de mi casa. Entonces era un tema. Pero yo creo que cuando uno focaliza el sueño, cuando uno lo quiere, cuando uno no cede, pasan cosas buenas.
-¿Cuándo llegaron los primeros contratos?
-A partir de 1992, que pasamos a ser profesionales con mi hermano, porque no nos podíamos bancar. Aparte veníamos de la crisis del ’89. Yo viví todas las crisis. Muchas las superé estando afuera. Nos tuvimos que ir casi un año con mi hermano Gabriel en el 89, porque acá no teníamos carreras. Tuve que dejar la familia y ya tenía un hijo que había nacido en 1988.
-Por las carreras. En el ciclismo tenemos premios del primero al décimo puestos. Después algún sponsor como carnicería “Dimuro”, que me daba la carne. Lo mismo con una verdulería. También tenía como patrocinador a una empresa de máquinas de cortar pasto que me regalaba tres máquinas y yo las vendía. Pero siempre fue con ayuda de la sociedad. Hacía cenas, rifas. Al inicio de nuestra carrera deportiva nos ayudó muchísimo, pero muchísimo, Mar de Plata. Pero no dudábamos. Tenía un 147, lo vendí y con eso me fui a entrenar. La mayoría de las medallas las autofinanciamos. Hay etapas en las que tenés y otras en las que no: por eso hay que resguardar la economía. Yo me acuerdo una vez que tuve problemas con una tarjeta porque la usaba para comprar comida y se me había complicado porque pagaba el mínimo. Eso te duele, te da bronca, pero no te puede frenar. Todo esto a mí me potenciaba. ¿Por qué vas a dejar de entrenar? ¿Por qué vas a dejar de pensar en tu sueño? En 27 años de carrera, nunca lo dudé.
-Mencionaste que te ayudó Mar del Plata, ¿a quién te referís?
-Siempre a la gente. Hoy un atleta quizás con las redes puede lograr algo. No sabíamos qué eran las becas. Por ejemplo, un amigo me compró un tacómetro, que no se conseguía porque eran los primeros. Iba con un giro que te marcaba el máximo y el mínimo. Y ese amigo al que le iba bien, porque era textil de Mar del Plata, me lo compró y así era mi vida. Otro me compró un par de ruedas y otro me ayudó con la bicicleta. Es así y no hay que sentirse mal. Te puedo decir que logré todo en mi vida mangueando. Soy el rey de los mangueadores. Si quieren alguien que manguee, tienen que mandarme a mí.
-¿Qué cosas evitabas para no desenfocarte del objetivo?
-Pasé muchos años de mi carrera deportiva en Italia, a 50 kilómetros de Venecia, y no conozco la ciudad. Ni loco le habría regalado un día de vacaciones a mi carrera deportiva. ¿Estar caminando seis o siete horas para ir a un lugar? No. Yo siempre me acuerdo de que muchos se iban y yo me quedaba. Es ir de la alimentación a la habitación. Luego, entrenamiento y habitación. Habitación y viaje. Y en tu casa, lo mismo. No podés cambiar, porque llegás a tu casa y empezás a ir al cine, a salir a bailar, a ir a un bar… No, no se puede. Tenés que tomar una decisión: querés perder el tiempo o querés hacer deporte en serio.

La experiencia de ser senador de la provincia de Buenos Aires
Poco después de bajarse de la bici, en el año 2009, a Juan le empezaron a aparecer otros caminos. No los buscó, pero tampoco los esquivó. Y, como siempre, puso condiciones. Se metió en un mundo con reglas muy distintas a las del deporte, el de la política. Aun así, intentó pedalearlo con la misma convicción.
-¿Qué te motivó a incursionar en la política?
-Tengo el sí fácil. A nosotros nos pasó de relacionarnos con la política por nuestro deporte. Me gusta mucho mirar la economía. Siempre la escuché y la entendía. Un día Scioli, que una vez me había comprado un par de ruedas para el Mundial, me dijo que me necesitaba: me ofreció ser senador. Él quería ser presidente. Yo le dije que sí pero a cambio le pedí que mejorara el Centro de Educación Física de Mar del Plata, que fue un lugar que transformó mi vida, donde tuve mi primera ducha de agua caliente porque no teníamos en casa.
-¿Y cómo fue ser senador?
-Hay choque de valores enormes del deporte a la política. La palabra no existe. La mentira es parte de la política. Yo vengo de un mundo de valores, de transparencia. Decís “se hace esto” y se cumple. En la política no: tenés que ir a votar y no podés levantar la mano porque desde el bloque te dicen que no. Te empezás a encontrar con todo eso y no me gustó. Si hago un balance, para mí fue crecimiento porque hoy sé lo que significa ser legislador. Fueron cuatro años en los que aprendí muchísimo. También estuve en el Comité Olímpico Argentino ayudando a los atletas. Después no quise seguir. Me han ofrecido la Secretaría de Deportes, pero dame las herramientas porque yo no me voy a sentar en una silla donde no le pueda responder a los atletas.
-En 2023 sufriste un robo en tu casa, ¿se llevaron muchas cosas?
-Sí, muchas. No tanto las medallas, porque le tuve que explicar que no todas son de oro. Pero sí muchas cosas de valor. Anillos que eran parte de cuando salí campeón olímpico ya no están más: se los llevaron. Cosas que tienen un valor sentimental muy fuerte. No pude recuperar nada porque me dijeron que al oro lo derriten. La pasé muy mal porque me gatillaron en la cabeza, me tiraron al piso cuando no encontraban las cosas. Fue tremendo. Aparte la agresividad que manejaban. Estábamos mirando televisión con una compañera que desapareció, se fue a vivir a España, dejé la puerta abierta porque vivo en el medio del campo y aparecieron tres tipos encapuchados con armas.
-Si tuvieras que elegir una foto que defina tu vida, ¿cuál sería?
-La foto en la que toco la medalla. Esa es mi foto, la que está en la tapa de mi libro. Significa que lo logré… y a descansar. Fue duro el camino, hermoso. Lo volvería a hacer. Sentí que flotaba en ese momento y se me rebobinó toda mi vida. Le deseo a cualquiera que pueda sentir esa sensación porque es única.