En el mapa de directores técnicos del fútbol argentino, el nombre de Frank Darío Kudelka no aparece con luces de neón. Cómo si los destellos no fuesen para él, transitó por un camino sin frases explosivas, sino más bien razonamientos con una reserva de picardía cuando quiso decir algo incómodo. Llegará este viernes a Santiago del Estero, junto al plantel que comanda y un propósito inédito: conseguir con Huracán un título en Primera para su vitrina que tiene varios del Ascenso, metropolitano o federal.
Sin embargo detrás de ese espacio todavía en blanco reservado para la gran conquista, están los planos que solo traza un arquitecto del fútbol. Construyó, reformó y educó planteles con sus ideas. Desde el barro y hacia arriba. Siempre con un método, el propio. Kudelka eligió el camino del trabajo silencioso.
A los 63 años, y con más de 480 partidos dirigidos -de ellos, algo así como la mitad en Primera División-, se hizo cargo de más de una docena de equipos. Todo sin haber sido futbolista profesional. Su acercamiento al deporte de alto rendimiento fue como preparador físico. Su carrera empezó en 1987 en el humilde 9 de Julio Olímpico de Freyre, Córdoba. Desde entonces, construyó camino en clubes de barrio, en el ascenso y llegó a instituciones que pertenecen a la historia grande del fútbol.
Se lo conoce en Patronato, Lanús, Newell’s y hasta en Universidad de Chile. Pero su nombre es más que respetado principalmente por hinchas de tres camisetas distintas: Unión, Talleres y Huracán.
En el Tatengue fue escudo y bandera: evitó el descenso en 2002 con un equipo desahuciado y volvió en 2010 para devolverlo a Primera. En Talleres, directamente hizo historia: tomó el club en el Federal A, encadenó dos ascensos y lo llevó a jugar la Copa Libertadores. Con el equipo cordobés registró uno de los ciclos más duraderos: lo dirigió 104 partidos entre 2014 y 2018, atravesando todos los terrenos posibles.
Kudelka no es solamente fútbol, es también palabra sin frases hechas: renuncia cuando el entorno va en contra de su pregón. Lo hizo hace poco en Instituto, cuando la dirigencia no respetó sus acuerdos de armado, igual que en Universidad de Chile, cuando los vaivenes institucionales pesaron más que las decisiones de vestuario.
“Vivimos en una sociedad de extremos y para mí los extremos distorsionan”, graficó alguna vez, en medio de una conferencia, de prensa donde no abundan las reflexiones. Porque eso parece cada intervención suya: una charla donde el fútbol es excusa para hablar de otra cosa.
Esta es su tercera etapa en Huracán, club en el que moldeó al plantel que consiguió la Copa Argentina que en 2012. Tuvo su selló pero él ya no estaba para la consagración.
A Kudelka le gusta que sus equipos ataquen, pero no lo hace siempre igual. No es rígido, se acomoda al plantel que le toca o puede armar. Su ideal es el de la presión alta, con circulación de la pelota: como si quisiera ahogar a su rivales.
Cuando no le dejan interpretar su libreto, sabe replegarse y buscar la oportunidad para lastimar. En el fondo, cree que los equipos deben tener alma. Y eso no se entrena con drones, sino con confianza y el trabajo diario.
En Newell’s apostó a la renovación, promovió juveniles y dejó un equipo competitivo, pero los resultados lo empujaron a dar un paso al costado. En Lanús tuvo una etapa breve, marcada por las urgencias institucionales. En Huracán, al que dirige por tercera vez, busca otra vez lo que siempre buscó: coherencia, tiempo y una noble administración de recursos en la doble competencia.
Kudelka no busca el aplauso fácil. Es un actor que trabaja para el final de la obra y sueña con la ovación del final. El esterá el escenario el domingo cuando caiga el telón y quede poco sol en la tarde santiagueña, el suficiente para iluminar a un nuevo campeón de Primera División. Ese es el papel que todavía le falta al entrenador del Globo.