Una relación agobiante, absurda, fuera de toda lógica. A eso llamamos kafkiano, a partir de la obra del escritor checo que trabaja climas incoherentes, descabellados pero con cable a tierra con lo cotidiano. En su relato más conocido, “La metamorfosis”, se narra la deshumanización física de Gregorio Samsa, que se convierte en insecto. Las interpretaciones son varias: se había rebajado a esa condición al dedicarle su vida al trabajo y al deber ser. O esa realidad representa el clima de una familia en la que no había espacio para crecer como hombre (sabemos de la legendaria mala relación de Franz con su padre, autoritario y duro). De hecho la actitud de la familia y de las tres criadas oscila, según cada quien, entre el horror y la piedad. Eso sí: cuando Gregorio insecto muere, hay más alivio que pena. Insensibilidad. Mejor muerto que molesto. Llevado a extremos esto se puede asociar a la lógica de “Relatos salvajes”: una falta de empatía que avanza y que ante un hecho desencadenante nos hace perder el control. E incluso, disfrutarlo. Ahí ya no nos importa el otro, sólo tranquilizar la frustración.
Detrás de estas variadas metamorfosis -distintas pero no tanto- está la incapacidad para escucharnos, para saber que somos obligación pero también disfrute, no seres robotoides, que el otro es alguien similar a nosotros y que merece, al menos, la oportunidad de mantener su voz.