la historia de Mauro Prosperi


Deportista por excelencia, Mauro Prosperi se anotó en una maratón de extrema dificultad, sin saber que ello le cambiaría la vida para siempre.

Con la ilusión de ganar, se preparó para la competencia y, durante los primeros días de ella, se mantuvo en lo puestos de arriba.

Pero un imprevisto lo aisló de los demás competidores y lo introdujo en un infierno durante 10 días.

Una competencia particular

En 1994, Mauro Prosperi tenía 39 años y era un habitante más de la ciudad italiana de Sicilia.

Trabajaba como policía, y en los tiempos libres despuntaba su pasión por los deportes: practicaba, entre otros, esgrima, canotaje, natación y, sobre todo, atletismo.

Mauro Prosperi es un apasionado de los deportes. Foto: mauroprosperi.comMauro Prosperi es un apasionado de los deportes. Foto: mauroprosperi.com

Un día de ese año, su amigo Giovanni Manzo, también deportista, lo invitó a realizar la Maratón de Sables, una de las carreras más exigentes del mundo.

Organizada anualmente en Marruecos, consta de correr 250 km bajo el calor del desierto de Sahara en el plazo de 7 días.

A pesar de que Prosperi no se creía capacitado para participar, Giovanni lo convenció. Desde entonces, con el objetivo de prepararse, el siciliano comenzó a correr largos trayectos y a beber menos agua que lo habitual.

Al momento de rellenar el formulario de inscripción, Prosperi notó un ítem alarmante: preguntaba que hacer con su cuerpo en caso de que fallezca.

Aunque la pregunta lo concientizó acerca de lo peligroso de la maratón, tomó la decisión de anotarse igual. Jamás imaginó que ello le cambiaría la vida para siempre.

Llegó la fecha de la carrera y los amigos se dirigieron hacia Marruecos. Ambos estaban contentos por la experiencia, pero Mauro, quien era muy competitivo, no sólo quería ser parte del evento, sino también ganarlo.

El inicio de la odisea

Cuando llegó al lugar, Prosperi fue equipado con una mochila que contenía comida, ropa, una brújula, una estufa portátil y un kit de emergencia. A pesar del sofocante clima, los participantes no recibían agua al inicio de la competición, sino en distintos puestos a lo largo del camino.

Foto: mauroprosperi.comFoto: mauroprosperi.com

Durante el primer día de competencia, los deportistas recorrieron 28 km. En la siguiente jornada sumaron 38 y el tercer día, 22. Pese a las altas temperaturas, superiores a los 40°C, las cosas salieron de acuerdo a lo esperado.

Pero en la cuarta jornada, considerada la más difícil por la extensión (85 km), todo cambió para Prosperi. Se desató una feroz tormenta de arena que le afectó sus ojos, al punto de que perdió casi por completo la visión.

A pesar de ello, y de que la arena también le dificultaba la respiración, el italiano, fiel a su espíritu competitivo, siguió corriendo. No obstante, al poco tiempo tuvo que detenerse, ya que le sangraba la nariz y la garganta le ardía demasiado.

Por la situación, decidió reposar un rato en una duna, con la esperanza de que otro corredor lo auxiliara. No obstante, se quedó dormido, y al despertar, con la vista y la salud mejoradas, el lugar le resultó desconocido.

Comenzó a preocuparse, aunque más porque iba a perder lugares en la carrera que por su vida. Entonces, se dispuso a caminar y, de repente, escuchó el ruido de un avión, por lo que se esperanzó y prendió una bengala para que lo visualicen, pero no obtuvo resultado.

A pesar de lo anterior, siguió caminando, pero el calor y la deshidratación empezaron a afectarlo. Para combatir la sed, en tanto, tomó la decisión de beber su propia orina.

Otro rescate fallido y el intento de suicidio

Luego de pasar la noche en la inmensidad del desierto, el italiano siguió recorriendo kilómetros en busca de una solución. Así fue como encontró, enclavada en medio del Sahara, una construcción de lo que parecía ser una antigua capilla.

Mauro Prosperi, delante de la antigua capilla que lo cobijó. Foto: mauroprosperi.comMauro Prosperi, delante de la antigua capilla que lo cobijó. Foto: mauroprosperi.com

Entró allí con la ilusión de que hubiera alguien, pero solo se topó con un sarcófago. Sin embargo, lo que sí encontró fue comida, o al menos lo que él así consideró: murciélagos. Desesperado por el hambre, acuchilló a 20 de ellos, se los comió crudos y bebió su sangre.

Al cuarto día de su extravío oyó el sonido de un helicóptero. Como ya no tenía una bengala, tomó su bolsa de dormir y su mochila y las prendió fuego, y también escribió “ayúdenme” sobre la arena, para dar señales de su presencia. Pero, de nuevo, no logró que lo vieran.

Deprimido, se convenció de que, tarde o temprano, moriría, por lo que tomó la decisión de quitarse la vida para no sufrir más. Ingresó de nuevo a la construcción y escribió un mensaje en el que pedía perdón a su familia. Acto seguido, se cortó las venas de sus muñecas con un cuchillo. Cerró los ojos y aguardó la muerte.

Pero a las horas despertó, sin poder creerlo. Es que su sangre, debido a la deshidratación, se había coagulado y, por tanto, no salió en cantidad de su cuerpo, lo que lo mantuvo con vida.

Era una señal del destino: tenía que luchar. Entonces, aunque estaba deshidratado y desnutrido, se levantó y comenzó a caminar otra vez.

A esta altura, las autoridades lo habían dejado de buscar, ya que lo suponían muerto. Solo su padre y su esposa creían que podía seguir con vida.

El milagro del rescate

En el octavo día de su odisea, encontró algo que le revivió la esperanza: un gran charco de agua. Esto le permitió hidratarse durante horas y luego continuar.

Más tarde, vio a lo lejos la a una niña rodeada de cabras. El milagro del rescate parecía hacerse realidad. Sin embargo, al ver a Prosperi, harapiento y muy flaco, la pequeña se asustó y corrió. El italiano no lo podía creer: nuevamente, la posibilidad de salvarse se le volaba como la arena del desierto.

Sin embargo, la chica había ido a avisar a su abuela, quien, junto a otra mujer, socorrieron al italiano. Se trataba de dos integrantes de los Tuareg, un pueblo nómade del Sahara, que lo llevaron a un lugar y lo alimentaron.

Después de que el atleta logró recuperarse, unos hombres de la comunidad lo cargaron en un camello y lo acercaron hasta un puesto de policía. Pero cuando parecía que la historia había terminado, Prosperi tuvo que aguantar otra situación horrible.

Dos soldados armados lo redujeron y le vendaron los ojos. Sin comprender lo que ocurría, el corredor pensó que era su final y que, paradójicamente, iba a morir rodeado de gente, comida y agua.

Es que los efectivos eran argelinos y pensaban que se trataba de un espía marroquí. El siciliano se había desviado 300 km de la meta de la maratón, y se encontraba en Argelia.

Finalmente, como pudo, Prosperi se hizo entender, y las autoridades comprendieron que era el corredor desaparecido.

Mauro Prosperi volvió a correr la Maratón de Sables en 6 oportunidades. Foto: mauroprosperi.comMauro Prosperi volvió a correr la Maratón de Sables en 6 oportunidades. Foto: mauroprosperi.com

Cuando recobró fuerzas, luego de 7 días en un hospital de Argelia, el deportista fue trasladado a Italia, donde lo recibieron como a un héroe.

Su caso revolucionó al mundo y fue motivo de documentales y libros. Pero hay algo aún más increíble: volvió a correr la Maratón de Sables en 6 oportunidades.

“Volví por dos razones. La primera, porque siempre terminé las competencias en las que participé y, por tanto, tenía que terminar esa carrera. La segunda, porque el desierto me llama y me quiere, y en cuanto puedo voy a visitarlo y me dejo abrazar por él”, ha dicho Prosperi al ser consultado sobre por qué regreso al lugar donde tan mal la pasó.



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