Pintaba para finalista, no porque tuviera el fandom más nutrido del afuera ni porque fuera la más querida del adentro, sino, básicamente, porque no necesitó construir un personaje para generar contenido permanente. Y se bancó todos los vaivenes emocionales que transitó durante sus exactos seis meses de encierro. Pero, seguramente, Sandra Priore quedará en la galería de los mejores jugadores de Gran hermano en la Argentina. Entró el 2 de diciembre del 2024 con 50 años, salió este lunes 2 de junio con 51, cambio de look mediante, pero siendo la misma que entró a la casa en la primavera del año pasado. No todos pueden y saben quedarse en su carril.
Y, de yapa, su paso por el reality de Telefe le permitió desatar algunos nudos de su historia. Historia de pescadora -si sabrá de nudos-, historia de infancia atravesada por el bullying, historia emotiva relacionada con su madre.
A menos de 48 horas de haber salido de la casa con el 52,4 por ciento de los votos (perdió en el versus con Selva, jugadora intensa e irritable, televisivamente hablando), ahora charla con Clarín, con la serenidad y la experiencia que (a algunos) le dan los años. Es una ex participante que, además de hablar, dice.

-¿Te pasa como a la mayoría que, al salir, siente que lo que espera afuera tapa las sensaciones de haber perdido?
-No, todavía no me pasa. Afuera me tratan divino, siento mucha contención de parte de la producción, en el debate (del martes) me sentí muy cómoda y Santi (del Moro) siempre es un amor conmigo. Pero sigo teniendo bronca y algo de frustración. Desde el minuto uno, cuando éramos 24, sabía que podía irme en cualquier momento, pero después de seis meses encerrada entendí que estaba fuerte. No me imaginaba que iba a quedar eliminada en esta instancia.
-¿Ni siquiera cuando, en medio de una placa de seis nominados, quedaste en el mano a mano con Selva?
-No, ni siquiera ahí. Pero no te lo digo por soberbia ni nada de eso, sólo que creí pasaba esta placa también. Y que podían llegar a irse Eugenia o Selva, que entraron al juego dos meses después que nosotros (los originales). La del lunes había sido una noche fuerte, porque Santi nos pasó el video para celebrar los seis meses y yo estaba muy emocionada, y varios compañeros me transmitían su buena energía. Así que no estaba mentalizada con una posible partida.
-Una de las cosas que más se te cuestionó en el afuera fue cierta desprolijidad en la cocina…
-Sí, lo sé, me lo comentaron. Y pido disculpas si alguien creyó que lo hacía a propósito o que descuidaba a mis compañeros. Nada más lejos de eso. Desde que entré supe que la cocina iba a ser mi lugar y me hacía muy bien cocinar todos los días para todos. Y tenía especial cuidado con los platos para Tato, al que no le hacen bien las harinas (tiene trastornos autoinmunes). Pero a veces, como les puede pasar a muchos en sus casas, uno comete algunas desprolijidades por el apuro, por distracción o por descuido. No digo que esté bien chupar la cuchara y volver a ponerla en el frasco, digo que no lo hice a propósito para joder a alguien. Pero ayer (por el martes), por el ejemplo, veía cómo los chicos se pusieron a amasar para Donato de Santis (juzgó sus pastas) después de tocar a Jaime y a Bartolo (los dos perros de Juan Pablo) sin lavarse las manos y nadie dijo nada.
El rincón de la casa que disparó la memoria emotiva

-¿La cocina siempre fue un lugar importante para vos?
-No. Siempre cociné, pero recién en Gran Hermano descubrí bien qué me pasa con ese tema. Fue como revelador y pude entender a mi vieja.
-En el debate nombraste a tu mamá y te pusiste a llorar, ¿te hace mal si hablamos de eso?
-No, al contrario, creo que me puede hacer bien. Mi vieja se murió en 2018 y siento que no pude decirle que valoraba todo lo que me preparaba. De pendeja yo tenía como un enojo porque interpretaba que ella no comprendía mi relación con la comida. Era muy, pero muy gorda. Te doy un dato: a los 14 años bajé como 50 kilos. Mi mamá era obesa, tenía varios quilombos de salud y yo no quería ir por esa línea.
-¿Y en el colegio te hacían bullying?
-Un montón, lo padecí mucho. Era una época en la que se hablaba mucho de los cuerpos. Entonces yo comía lo que ella preparaba y en vez de leerlo como que me estaba alimentando o nutriendo lo veía como que me estaba llenando. Con los años esto lo pudimos hablar, pero ahora, en mi soledad adentro de la casa, pude hacer el click. Y pude como reconciliarme con ese pasado. Amo cocinar para los demás.
-Es uno de los mejores mejores modos de dar.
-Eso sentí. Pensá que durante mucho tiempo éramos un batallón y no era fácil administrar, organizar, cocinar y alimentarlos. Era mucha responsabilidad para mí, asumida porque quise, claro.
Lo primero es la familia
Madre de tres hijos -Candela de 27 años, Camila de 25 y Valentino de 17-, cuenta que su hija mayor lleva la foto de su abuela (mamá de Sandra) como su gran referente de su propia historia. A ellas “siempre les hizo muy bien ese olor a comida de hogar”. Casada con Lucas -que estuvo unos días en el reality-, asume que lo que más le costó fue “extrañarlos tanto. Pero sabía que ellos me hacían el aguante. Tengo una familia hermosa”.

Hija de Juan y de Elsa, de la madre heredó lo culinario y del padre “la pasión por la pesca”, sentimiento que siempre se vio reflejado en cámara, porque vivía aferrada a su dorado de peluche.
Con siete jugadores con chances de llegar lejos, cree que “la final puede estar entre Tato y Luz. No creo que llegue Ulises. Sí me gustaría que llegara La Tana (Katia, con quien armaba grupo) al podio, pero no la veo ganando. Ojalá se le dé, por supuesto, porque además desearía que el premio mayor fuera esta vez para una mujer”.
En medio de su gira mediática de estos días, no tiene pautado por ahora volver a La Plata ni tiene pensado convertirse en panelista, lugar común en el que caen muchos ex: “Me gustaría hacer algo en la radio o participar de alguna manera en MasterChef (en caso de que vuelva), en el rol que sea. La cocina y la TV me hicieron muy bien”, dice Sandra, que no ganó, pero, como Furia o como Alfa, seguramente quedará en la memoria de los espectadores como alguien que dejó huella entró sabiendo que no iba a un spa. Ni a un club de amigos.