La pianista china Yuja Wang y la Mahler Chamber Orchestra construyeron una comunión mágica y magistral en el Colón


La excepcional pianista china Yuja Wang volvió a presentarse (fue la tercera vez) en el Teatro Colón, esta vez junto a la Mahler Chamber Orchestra. La sala colmada celebró una noche donde la intensidad, el virtuosismo y la escucha colectiva se entrelazaron en una experiencia musical única.

La velada se abrió con una lectura precisa y reveladora de la Obertura Coriolano de Beethoven. No suele ser una obra que despierte especial entusiasmo, pero la transparencia tímbrica de la orquesta, su control del arco y la construcción dinámica ofrecieron una visión fresca y vibrante desde los primeros acordes.

Tras varios minutos de silencio cargado de expectativa, Wang finalmente apareció, con una larga pollera negra y un top plateado que dejaba ver su espalda decorada con glitter. Luego de prolongados aplausos, se ubicó junto al piano, lanzó gestos sutiles a la orquesta y comenzó el Concierto n.º 2 de Chopin.

En el siglo XIX era habitual que pianistas como Beethoven, Liszt o Clara Schumann dirigieran desde el teclado. En la actualidad, también lo hicieron Barenboim o Mitsuko Uchida. Desde 2024, Wang es socia artística de la Mahler Chamber Orchestra, y este vínculo permite reimaginar la relación entre solista y orquesta desde una colaboración real.

Fue la tercera vez que la pianista china, de 38 años, se presentóen la Argentina. Foto: Juanjo BruzzaFue la tercera vez que la pianista china, de 38 años, se presentóen la Argentina. Foto: Juanjo Bruzza

Y la colaboración no podría ser más fascinante, no sólo por lo que reveló de Yuja Wang como intérprete -la generosidad de disolver la figura del “intérprete estrella” para entregarse a la experiencia grupal y experimentar con otros enfoques-, sino porque crearon una nueva dramaturgia del concierto romántico para piano, de obras muy transitadas como el segundo Concierto de Chopin y el primero de Chaikovski.

Solista & orquesta: dos en uno

El viejo modelo de confrontación entre piano y orquesta se descentralizó con el doble rol de Yuja Wang y dio lugar a una conexión corporal y respiratoria intensa entre orquesta y solista. El énfasis se puso en el proceso de escucha colectiva por encima del espectáculo del virtuosismo. Aunque el virtuosismo no desapareció, sino que dejó de ser un fin en sí mismo y pasó a ser una herramienta para comunicar con los demás músicos.

El viejo modelo de confrontación entre piano y orquesta se descentralizó con el doble rol de Yuja Wang. Foto: Juanjo BruzzaEl viejo modelo de confrontación entre piano y orquesta se descentralizó con el doble rol de Yuja Wang. Foto: Juanjo Bruzza

Sin un director entre el solista y la orquesta, el tiempo se articuló desde el teclado: los rubatos y agógicas emergieron del fraseo interno y la orquesta respondió como en una agrupación de cámara, integrada al gesto pianístico. En Chopin, el piano no se impuso dramáticamente, sino que fluyó como parte del conjunto, proponiendo una estética de ligereza, brillo inteligente y comunicación sensible.

El primer movimiento fue una conversación íntima y transparente, la entrada del piano fue un delicioso susurro que se integró sin ruptura a delicada textura orquestal. La interacción cercana resaltó detalles tímbricos y expresivos opacados en versiones más grandilocuentes. El virtuosismo colorístico de Wang fue extraordinario. Sus frases líricas respiraban con naturalidad, como si fueran improvisadas.

El enfoque colaborativo abrió nuevas posibilidades de lectura tímbrica y fraseológica, sobre todo en los movimientos líricos, como el Larghetto. La cualidad acuosa del lirismo que logró Wang quitó el aliento. Su uso del pedal sutil, deja espacio sonoro para las respuestas orquestales, especialmente en los vientos (clarinetes, fagot), que en esta versión ganan protagonismo como interlocutores reales del piano.

El mismo enfoque continuó en el Concierto nº1 de Chaikovski en la segunda parte del programa, precedido por Dumbarton Oaks, una obra breve y lúdica de Stravinski, que se escuchó tan fresca como una improvisación.

Cambio de look

De vestido rojo, Yuja Wang pasó a un "total black" para la segunda parte. Foto: Juanjo BruzzaDe vestido rojo, Yuja Wang pasó a un “total black” para la segunda parte. Foto: Juanjo Bruzza

Con cambio de vestuario de por medio, Wang ingresó a la sala con un vestido rojo corto y un largo lazo atado al cuello que caía por la espalda. Volvió a dirigir parada hasta que se sentó al piano y tocó el famoso acorde fortísimo que abre el primer movimiento de la obra.

Lejos de “romper” la textura orquestal, ese acorde se integró con fuerza controlada al entramado sonoro, en un diálogo continuo con la orquesta. Los gestos que Wang indica a la orquesta, el mismo que luego lleva al teclado, vuelve de allí a la orquesta. En ese círculo virtuoso se generó una música viva donde se escucharon detalles frecuentemente opacados en versiones tradicionales y Wang se animó a experimentar otros toques.

En el movimiento lento, la interacción fue un susurro compartido. La melodía de la flauta se escuchó con extrema delicadeza, acompañada por arpegios etéreos del piano que no saturaron el espacio sonoro. El tercer movimiento mostró una precisión casi coreográfica: silencios, cortes y acentos se coordinaron con naturalidad, como una conversación viva y espontánea.

El final, lejos de una apoteosis grandilocuente, fue un destello danzante y colaborativo. El swing irresistible de Wang coronó un cierre vibrante. El aplauso fue inmediato y prolongado.

Luego de salir varias veces a saludar, Wang regresó para ofrecer dos bises: la cadenza y final del Concierto para piano n.º 4 de Kapustin (programado originalmente y reemplazado por Chopin) y el Danzón n.º 2 de Arturo Márquez, poniendo broche a una celebración musical inolvidable.

Ficha

Ciclo Grande Intérpretes

Yuja Wang, piano Mahler Chamber Orchestra José María Blumenschein, concertino Función: Sábado 14, Teatro Colón.



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