Sting estaba sentado en el jardín de su casa. La bucólica quietud fue rota junto con la pared de ladrillos, de la que asomó la cabeza de una tortuga de tamaño humano, acompañada de un puñado de compañeras. Eran azules, con un aire canchero y, como si fuese una rutina más, destrozaron todo el jardín inglés de Sting, aunque no lo agredieron.
Esto fue, por supuesto, el sueño de las tortugas azules, que titula al álbum que este martes 17 de junio cumple 40 años.

Bajo la experiencia de su terapia, que seguía los lineamientos del psicólogo Carl Jung, el mismo autor de la idea de “inconsciente colectivo”, Sting elaboró que si hay tortugas que viven bajo el mar, entonces éste representaba al inconsciente. Así, el sueño le habría hablado de un potencial que no había realizado hasta el momento con The Police, de ahí la necesidad de un debut (y eventual carrera) solista.
“Esas tortugas azules, esos músicos, iban a ayudarme. Y lo hicieron”, explicó. Buscó “músicos de jazz que vayan a estar dispuestos a tocar pop, y quizá estirar un poco los límites.”
El seleccionado de tortugas era más que ninja. En la base rítmica, Omar Hakim había sido baterista de Weather Report por dos años y, durante el mismo período de grabación y mezcla de The dream of the blue turtles (noviembre de 1984 a marzo de 1985) se ocupó en un santiamén de registrar casi todas las baterías de Brothers in Arms, el disco de Dire Straits del que Sting fue partícipe en su mayor hit, Money for nothing.

En el bajo, años después Darryl Jones reemplazaría a Bill Wyman en los Rolling Stones, pero por entonces llevaba cinco años tocando con Miles Davis. Y sostuvo en paralelo el trabajo entre Sting y Davis hasta que sucedió lo que Miles le había preguntado: “¿Qué vas a hacer cuando un día coincidan dos shows?”. Sting pagaba mucho mejor. Por suerte para Jones, que tenía una relación casi filial con Davis, y a Miles la rabieta se le pasó rápido.
Branford Marsalis, uno de los más longevos colaboradores de Sting, también había trabajado con Davis, pero se había curtido -como su hermano Wynton- con los Jazz Messengers de Art Blakey, ese gran semillero de generaciones de jazzmen, además de otras figuras reverenciables como Herbie Hancock y Dizzy Gillespie, con quien asimismo había tocado el tecladista Kenny Kirkland, que además pasó por las bandas de Elvin Jones y de los hermanos Marsalis. Fue un habitual de los grupos de Sting hasta su muerte en 1998.
El ex-bajista de The Police se ocupó de la guitarra, en un rol más que secundario (y sí, se extraña la idiosincrasia de un Andy Summers). Pero los músicos estaban. El coproductor e ingeniero, Pete Smith, también. Y lo más importante, en diez temas, Sting reunió una de las mejores colecciones musicales de su carrera.
La grabación en Barbados
Después de unos shows puesta a punto en el Ritz de Nueva York, la banda grabó en Barbados, en los estudios de Eddy Grant. La idea era una situación donde Sting sería claramente el líder, complementado por músicos inventivos, y donde estarían ausentes las tensiones de grabar con Stewart Copeland y Summers, que habían plagado las sesiones de Synchronicity (1983), el disco más exitoso de The Police (“una democracia tripartita… con límites difusos”, la había definido), pero donde Sting y Copeland llegaron en un momento en irse a las manos.

Aun así, durante las jornadas de The dream of the blue turtles, el ego de Sting podía soltarle la cadena: “No me digas nunca ni en pedo que estoy jodidamente fuera de tono”, reportó un cronista de Rolling Stone.
No es un disco de jazz-rock: las raíces de los músicos aparecen de a tramos. En cambio, lo que hay es una libertad no atada a ningún formato. If you love somebody set them free, el reverso del stalker de Every breath you take, fue el tema apertura y el gran hit. Pasa por varios cambios de tonalidad y exhibe una influencia góspel.
El single fue número 3 en Billboard, mientras el álbum alcanzó el número 2 en Estados Unidos (Born in the USA de Springsteen lo mantuvo a raya) y el 3 en el Reino Unido. Fue nominado a seis Grammys, pero no se llevó ninguno.
Sting preparó demos de casi todas las canciones, con excepciones como Love is the seventh wave, que fue escrita durante las sesiones a partir de una zapada entre todos los músicos. Al día siguiente, Sting aportó melodía y letras: la séptima ola, dice la sabiduría surfer, es la mejor para encarar. Y en el fade hay un chiste: “Every breath you take, every move you make” (“Cada vez que respires, cada movimiento que hagas”) se convierte en “Every cake you bake, Every leg you break” (“Cada torta que horneás, cada pierna que rompés”).
En la Universidad de Columbia en Nueva York, Sting tenía un amigo que podía sintonizar con una antena televisión rusa. Y ahí Sting se divertía viendo el equivalente soviético a Plaza Sésamo, pero le disparó una reflexión. Ese pueblo, en el último gran momento de tensión nuclear de la Guerra Fría, no era tan distinto del Occidente en una cuestión básica: ambos amaban a sus niños, y ahí estaba uno de los frenos al apocalipsis atómico que podía causar “el juguete mortal de Oppenheimer”, como canta en Russians.
Parte del tema está basado en un tramo de la música compuesta por Sergei Prokofiev para el film ruso de 1933 El teniente Kijé. Un tic-tac de reloj, junto al reporte de una presentación de Gorbachov en Londres en 1984, recuerda a atmósferas de Roger Waters, un obseso en la materia. Pero Sting quiso ir más allá y grabar en la Unión Soviética con una orquesta rusa. Finalmente, todo quedó en los teclados de Kirkland. Por su temática, permanece como la otra canción más popular del disco.
El interés de Sting por Prokofiev lo llevaría a narrar en 1993 una de las tantas versiones de Pedro y el Lobo (David Bowie ya lo había hecho antes), y hasta aparecer en una versión con títeres hecha para televisión.
Los jóvenes son peones en las ambiciones de las clases poderosas, sean soldados en la Primera Guerra en 1914, o chicos enganchados a la heroína en 1984. Eso es lo que nos dice Children crusade, con los sintetizadores de Kirkland replicando orquestaciones de color británico; en conjunción con las armonías vocales de Sting en el estribillo, la inteligencia armónica y el saxo soprano de Marsalis todo es llevado a un nivel único.
El lado A cierra con una remake de Shadows in the rain, un tema de Zenyatta Mondatta, el tercer álbum de Police, de 1980. El reggae deja paso a un rock con inflexiones jazzísticas: según Sting, esto era más cercano a su idea original de la canción.
Los detalles del lado B
We work the black seam, con una alusión a un poema de William Blake, fue uno de varios momentos en que el rock inglés de la época se hizo eco de la huelga minera de 1984 y 1985, finalmente derrotada por Margaret Thatcher. La música estaba esperando en la cabeza de Sting desde antes de los días de Police.

En el siguiente tema, con Eddy Grant en congas, Sting canta el título “Considérame ido”; es decir Consider me gone: ¿Un mensaje a su primera esposa, Frances Tomelty? ¿A Copeland y Summers? En todo caso, hay otra cita a la literatura inglesa: esta vez al Soneto 35 de Shakespeare.
El momento más inequívocamente jazzero del disco es el instrumental que lo titula, de tres secciones contrastantes: Marsalis expone melodías, Jones y Hakim swingean, y Kirkland tiene un breve y brillante solo de piano. Pasado el minuto, todo termina y sólo quedan las risas de los músicos, que contrastan con Moon over Bourbon Street; con Sting en contrabajo, se adelanta al cine en adaptar Entrevista con el vampiro, la novela de Anne Rice de 1976.
Fortress around your heart, otro hit, concluye el disco con una inteligente metáfora del amor como campo de batalla y excelente manejo de las dinámicas (un ejemplo de cómo deberían masterizarse los discos) entre estrofas y estribillos. En un contexto pop, destaca, a cuentagotas, el saxo de Marsalis.

Tras el éxito artístico y comercial de The dream of the blue turtles, aún sin anuncios de separación, para Sting, The Police era un asunto terminado. Pero por una buena causa, 1986 aceptó que una gira de Amnesty contase con tres shows de él como solista y tres con unos reunidos Police. La excelente repercusión los llevó de vuelta al estudio, pero Sting llegó sin canciones y Copeland estaba lesionado después de jugar polo.
Se la pasaron discutiendo con que secuenciador programar la batería de Don’t stand so close to me ’86, simple de un compilado. Ni siquiera se dignaron a aparecer juntos en el video. Recién volverían a tocar en 2003 al ingresar al Salón de la Fama del Rock And Roll. Y después, en 2007, con su gira reunión, generarían su propia burbuja en el tiempo. Para entonces, hacía tiempo que Sting había dado lo mejor de él como solista.